¿Qué es educar?

La labor del pintor es pintar. Y todos sabemos qué hace un pintor.

La labor de la pianista es tocar el piano. No hace falta explicarlo.

La labor de una bioquímica molecular es investigar. Sin tener un conocimiento detallado de qué hace, más o menos todos tenemos una idea bastante clara de qué hace una bioquímica.

La labor de los padres es educar. Y eso ¿cómo se hace?.

Para poder tratar el tema, permítanme utilizar la definición que aporta José Ramón Ayllón en un magnífico volumen[1]: “¿Qué es educar? Sabemos que se trata de una acción compleja que se ejerce sobre el ser humano para ayudarle precisamente a ser humano”. (Subrayado mío).

Educar, por tanto, es esa “acción compleja” encaminada a potenciar en nuestros hijos esas características que consideramos propiamente humanas.

Por reducción al absurdo, podemos decir que potenciar aquello que no caracterice al ser humano no es educar:

  • patinar no es característicamente humano, podemos ser profundamente humanos sin saber patinar, por tanto no parece importante en el proceso de educar a alguien.
  • Jugar a las cartas tampoco es característico de los humanos.
  • Ser abogado tampoco es una característica definitoria del ser humano.

¿Quiere decir esto que por tanto no debemos enseñar a nuestros hijos a patinar, a jugar a las cartas o a ser abogados?, naturalmente que no, es bueno que nuestros hijos aprendan esas tres cosas y otras muchas más, pero no pasaría nada si no lo aprendieran.

¿Qué debemos enseñar entonces, qué debemos potenciar en nuestros hijos para hacerles personas educadas?.

A priori eso lo deben decidir ustedes. Al fin y al cabo vivimos en un momento histórico caracterizado por el relativismo moral, así que “todo depende”. Son sus hijos – aunque la ministra de educación de España haya afirmado que “los hijos no pertenecen a sus padres” (sic) – y por tanto ustedes dos son los que deben establecer cómo educarles, como facilitar a que lleguen a ser plena y profundamente humanos.

Permítame dar un listado de alguna de las características que considero están presentes en las personas educadas:

  • el respeto
  • la libertad (y consecuentemente la responsabilidad)
  • la capacidad para expresar afecto
  • la reciedumbre
  • la lealtad
  • la fraternidad
  • el sentido del humor
  • la sinceridad
  • la coherencia de vida
  • la honradez
  • la alegría
  • la justicia
  • la gratitud
  • la generosidad
  • la perseverancia
  • la bondad
  • la honestidad
  • la cercanía
  • la empatía
  • el coraje
  • valorar el trabajo
  • la paciencia
  • la humildad
  • la disponibilidad
  • la adaptabilidad
  • la discreción
  • espíritu crítico
  • saber estar

Seguramente se me ha olvidado alguna característica, no duden en añadirla.

Pero es probable que usted esté leyendo estas líneas y pensando … “pero si mi hijo tiene solo 18 meses, y yo lo único que quiero es que me obedezca y saber qué hacer cuando tiene una rabieta” o “si mi hija tiene 14 años, y no soporta ni que le pregunte qué tal ha pasado el día”, “¿porqué me habla de cuando tenga más de cincuenta años y de un listado de valores nada propios de un niño?”.

Me alegra que se haga esa pregunta, eso significa que estamos hablando de lo mismo, sólo que usted está pensando en el proceso y yo me estoy refiriendo al resultado (deseable).

Enseñar a recoger su cuarto, enseñar a compartir sus juguetes con su hermano, a saludar cuando llegamos a casa de los abuelos, a pedir perdón cuando se han equivocado y a perdonar cuando han sufrido un daño, enseñarles a aguantar el tipo cuando la ira les corroe, etc. son las herramientas para dotarles de las características que deseamos puedan lucir el resto de su vida. Aprender el uso de una herramienta requiere mucha práctica, implicará muchos errores y, habitualmente, es aburrido y la mayoría de los niños y los jóvenes prefieren hacer cualquier otra cosa – no les culpo. Eso es lo normal. NO crea que está “educando mal” porque no consigue que su hijo haga esas cosas. Educar es un proceso que dura toda nuestra vida. Los resultados se podrán comenzar a medir cuando les toque a nuestros hijos educar a los suyos. Hasta entonces, todo está en proceso.

Llevo años diciendo que educar es el único verbo que cuando lo pronuncia un padre o una madre en primera persona solo lo puede conjugar en gerundio: educando.

Eso me lo enseñó mi madre. Le gustaba decir: “me paso el día educando”. Se lo oí decir desde que yo era pequeño hasta el día que murió. De hecho, después de su muerte siguió educándome. Supongo que lo harán todas las madres. Recuerdo muy bien los diez primeros minutos después de su muerte. En mi mente comencé a oír toda una serie de consejos y de frases que me había dicho a lo largo de toda su vida y que, de camino hacia el Cielo, quería dejarme muy claritas y que no las olvidara.

No pretenda conjugar el verbo en pretérito: “eduqué” – usted terminará de hacerlo diez minutos después de su fallecimiento. Aunque entonces el menor de sus hijos tenga sus propios nietos, usted seguirá educando.

No crea que puede conjugar el verbo educar en futuro: “educaré” – si usted ya tiene hijos no puede posponer la acción de educar ni un segundo. Si no tiene hijos recuerde el gran adagio: “yo era mejor padre cuando no tenía hijos”.

Si se empeña en hacerlo bien dejará a sus hijos el mejor legado posible. Perdóneme la autocita, pero si quiere saber qué va a dejar a sus hijos a través de una buena educación le animo a leer en este mismo blog, “cómo hacer testamento” https://educarconsentido.com/2014/09/29/como-hacer-testamento/

Educar, ayudar a nuestros hijos a ser plenamente humanos. Es la labor más compleja a la que se va a enfrentar en toda su vida. No se me ocurre nada que merezca más la pena. Ánimo.

[1] José Ramón Ayllón. Diez Calves de la educación. Editorial Styria, 2005. Página 16.

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La importancia de ser padre (o madre).

El único reproche que me atrevo a hacer a las generaciones que nos han precedido es el de no habernos educado en la importancia de la familia, del matrimonio y de los hijos. En mi generación a la mayor parte de los chicos, cuando crecíamos, nos insistían en la importancia de estudiar para “llegar a ser hombres de provecho”. A las chicas se les insistía en que debían estudiar para “no depender económicamente de los hombres”. Tenían que formarse para “sentirse realizadas en el trabajo”.

Si a cualquiera de nosotros al preguntarnos “¿qué quieres ser de mayor?”, se nos hubiera ocurrido responder “papá” o “mamá”, hubiera provocado o la hilaridad o angustia, y desde luego no hubiera sido tomado muy en serio.

No conozco a nadie que en su infancia y juventud le enseñaran que lo más importante en la vida es ser un buen marido, o una buena esposa y un buen padre o madre. Eso no da dinero y por tanto carece de importancia.

En nuestro crecimiento se nos insistió hasta la saciedad en la importancia de la formación y del trabajo, y nadie mencionó siquiera que el centro de nuestra vida iba a ser nuestra familia.

Además, puedes ser un magnífico jardinero, o una magnífica cirujana, o un magnífico taxista o un pésimo político, pero si no eres el mejor para tu cónyuge y tus hijos ¿qué importa?. Usted podrá ser el mejor en su profesión, podrá ganar dinero a espuertas, pero si en casa usted es prescindible, ¿es eso lo que quiere?.

Con esta educación que hemos recibido, ¿cómo extrañarnos de que cuando alguien sospecha de que su familia, su marido, su mujer o sus hijos, están interfiriendo con su desarrollo profesional, decida coger la puerta?. Sin duda no es una salida fácil, pero si cuando nosotros crecíamos se nos inculcó que lo importante es el trabajo y nadie nos educó para ser el mejor marido y padre o la mejor esposa y madre posible, ¿cómo vamos a luchar por llegar a serlo?

Pero después de más de veinticinco años ejerciendo de psicólogo clínico y de neuropsicólogo con niños, la evidencia me ha enseñado una conclusión bien distinta. En nuestra experiencia lo más importante que hacemos en toda nuestra vida es nuestra labor dentro de nuestra familia, como esposos y como padres y, además, los padres somos la solución a muchos de los problemas de nuestros hijos. Más aún. Los padres queremos ser la solución.

Salvo que el padre o la madre, o los dos, sufran algún tipo de patología que les impida ejercer su labor dentro de parámetros saludables, los padres, todos, queremos lo mejor para nuestros hijos, queremos hacer lo mejor por nuestros hijos y nos esforzamos cotidianamente por hacerlo.

¿Significa esto que lo conseguimos?, ¿Acaso siempre acertamos y siempre hacemos lo correcto y lo mejor por los hijos?. Ni mucho menos, somos humanos.

Ser humano implica, inevitablemente, cometer errores, pero esto no nos puede llevar a la idea de que entonces estamos incapacitados para ser padres.

Pensarlo sería equivalente a decir que un médico, dado que va a cometer errores, es la causa de los problemas de sus pacientes. Un profesor, dado que va a cometer errores es la causa de los problemas de sus alumnos, una astronauta, dado que va a cometer errores, es la causa de los problemas de la N.A.S.A.

En mi experiencia, habiendo trabajado con miles de padres, he llegado a la conclusión de que los mejores padres, los más abnegados, los más dedicados, los más concienciados y concienzudos cometen entre cinco y diez errores diarios. Nunca menos de cinco.

Esto no hace que su labor sea prescindible, o que sus errores provoquen grandes desgracias en sus hijos. Sencillamente forma parte de la labor de ser padre, y el “pago” de esos errores forma parte del desarrollo de sus hijos.

Todos hemos sufrido esos errores. Pretender que no existan es absurdo.

Ser padre (y naturalmente madre), es la labor más importante de cuantas se pueden realizar en la vida. La más. Sólo equiparable a ser marido o esposa.

Si usted ya tiene hijos, nada de lo que haga en la vida será más importante.

Puede que usted sea una ginecóloga que a lo largo de su carrera haya ayudado a nacer a miles de niños. Puede que incluso algunos de esos niños haya vivido gracias a su profesionalidad, pero su labor como madre, aunque sea de uno solo es mucho más importante y aporta más a la sociedad que toda su labor profesional.

Quizás usted es bombero, y en su vida ha apagado miles de incendios y salvado la vida de decenas de personas. De alguna incluso sabrá sus nombres y apellidos y a usted nunca le olvidará. Pero si es padre, después de salvar esa vida, al llegar a casa le queda la labor más importante de ese día, ejercer de padre.

¿Qué puede haber más importante que contribuir decisivamente a un ser humano a crecer?. De hecho, ¿acaso hay una labor que requiera más tiempo?. Nuestra función de padres, cumplir nuestro objetivo, eso que llamamos de manera genérica “educar”, lleva al menos dieciocho, veinte o más años.

Salvar la vida de un ser humano se hace en minutos, lograr que esa vida se desarrolle completamente, intentando acercarla el máximo posible a su potencial, requiere décadas.

El hecho de que ser padre (o madre) sea una labor no remunerada hace que sea menospreciada por el conjunto de la sociedad y por muchas personas en particular.

Muchas personas que ostentan un cargo o una posición social “elevada” consideran que su labor para la sociedad es más importante que la de cualquier madre o padre. Admitámoslo, en esta sociedad nuestra “tanto ganas, tanto vales”.

Si usted no realiza un trabajo remunerado y su labor vital es dedicarse a su familia, a su esposa (o a su esposo) y sus hijos, tenga por seguro que está realizando la aportación más importante posible a esta sociedad.

Y lo que es más importante, sólo usted puede hacerlo. La sociedad actual afirma, sutil e implícitamente, que una madre o un padre, que usted es prescindible, sin embargo no solo esto no es cierto sino que usted, en su labor como padre o madre, es insustituible.

Supongamos que por algún motivo, no se me ocurre ninguno bueno, usted no puede seguir ejerciendo de padre y es apartado definitivamente de sus hijos. Pensemos que ante esta desgraciada situación su cónyuge se casa con otra persona, que pasará a realizar “su papel”, y que, además, ejerciera de padre (o madre) de manera idónea. ¿Cree usted que el resultado de quiénes son y cómo son sus hijos sería exactamente el mismo que si usted hubiera podido seguir con su vida?

En breve, ¿da igual que sea usted o cualquier otro el padre o madre de sus hijos?.

Sinceramente, no lo creo. Hagamos un análisis más detallado.

Genéticamente cada uno de sus hijos es un ser único en el mundo y en la historia. No existe, ni ha existido, ni existirá ninguna otra persona con la misma carga genética que cada uno de sus hijos, salvo que haya tenido gemelos unicigóticos. En este caso tiene dos hijos que son genéticamente idénticos, pero ¿son iguales? ¿Son sus variables de personalidad, sus formas de ser idénticas?.

Pues bien, de la misma manera que su aportación genética ha sido única, irrepetible, específica para cada uno de sus hijos, también su aportación como padre o madre, su influencia va a ser única e irrepetible. Sin usted ninguno de sus hijos llegaría a ser tal y como va a ser. Para lo bueno y para lo malo.

Más aún, no sólo usted es insustituible, lo auténticamente único, irrepetible es su labor junto a su cónyuge. Su labor como PADRES. De la misma manera que cada uno de ustedes ha aportado un 50% del código genético que ha culminado en su maravilloso hijo, su aportación en la educación de sus hijos sólo puede ser entendida en conjunción con la de su marido o su esposa.

Y sus hijos les necesitan a los dos. Necesitan a mamá y a papá. Los niños no necesitan una “figura materna”, ni una “figura paterna”. Necesitan un padre y una madre de carne y hueso.

Las únicas figuras que sé que tienen alguna utilidad son las del Belén.

No termino de entender qué es una “figura materna”, no sé si es un maniquí sentado en el sofá de casa, o si la señora que viene a limpiar la casa dos horas, tres veces por semana, vale, o el conserje de casa es una “figura paterna” adecuada.

A veces he oído que el abuelo, que vive con su hija y sus nietos “hace de figura paterna”, pero me pregunto ¿entonces cuándo ejerce de abuelo?, ¿Será que en este caso esos niños ya no solo no tienen padre, sino que además tampoco tienen abuelo, y lo que tienen es un sucedáneo o un híbrido de ambos?

Padres. En español padres hace referencia a una madre y a un padre[1]. Sin alguno de esos dos elementos la vida humana no puede existir. Si falla uno de los dos, la vida humana ya concebida no será la misma.

Si usted es madre, si usted es padre, enhorabuena y gracias por haber querido asumir y ejercer la tarea más apasionante y más creativa y más difícil de todas las posibles. Gracias.

[1] Sea adoptivo o no.

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Sin papá o sin tablet, ¿qué es peor?

No existe en este momento ninguna labor honesta, generosa y abnegada que sea más denostada, criticada o menospreciada que la de ser padres.

Los padres somos criticados por psicólogos, psiquiatras, profesores, “educadores”, periodistas, presentadores de televisión y radio y vecinos en general.

¿Por qué? Eso habría que preguntárselo a ellos. Supongo que todo comenzó hace algo más de cien años, cuando Sigmund Freud comenzó a publicar su obra, culpando a los padres de las patologías de sus pacientes. Y puede que tuviera razón, al fin y al cabo vivía en Austria en la época Victoriana, en un momento en que las relaciones entre padres e hijos, hombres y mujeres y entre esposos se establecían de acuerdo a costumbres y reglas no escritas muy distintas (y muy distantes) de aquellas con las que hemos crecido nosotros y, sin duda, de las costumbres y formas de relación que hoy imperan.

Quizás la educación que caracterizaba a la Europa de finales del siglo XIX y comienzos del XX, pudiera facilitar la aparición de ciertas patologías, pero sin duda no es ese el estilo educativo que hoy practicamos.

Lo que sí ha quedado en nuestra sociedad es el hábito de culpabilizar a los padres de los problemas de sus hijos. Sin duda ninguna la frase que más he oído a profesores, psicólogos, psicopedagogos y directores de colegio, cuando he ido a interesarme por la evolución de un niño ha sido: “el problema de este niño son sus padres”.

La labor de los padres no sólo es criticada de manera habitual, sino que hoy en día es claramente menospreciada y se considera perfectamente prescindible. ¿Exagero?. Les propongo que hagan un pequeño ensayo. La prueba que les voy a proponer consta de dos partes, y la explicación será algo prolija, les ruego que me sigan.

Primera parte: La próxima vez que tenga ocasión plantee la siguiente situación a un grupo de amigos: cuente que su hermano, o su prima o un amigo, da igual, ha decidido tener un hijo a pesar de estar soltero y sin compromiso. Ya ha cumplido treinta años, ya tiene una buena posición laboral y cree que ha llegado el momento de tener un hijo, pero al no estar ni casado o casada, ni convivir con nadie, ni tener una relación estable con otra persona ha decidido tenerlo solo, bien adoptando, o bien, si es mujer, por fecundación in vitro o sencillamente, buscando alguien con quien tener una relación sexual completa en una fecha en la que sea fértil para quedarse embarazada.

Existen diferentes variables que van a influir en las opiniones que recoja sobre esta historia:

En primer lugar, naturalmente, está cómo plantea usted la historia. Si usted la plantea permitiendo que bien el tono o bien las palabras que utiliza denoten que está a favor o en contra de la decisión de “su amigo”, es muy posible que influya en la respuesta, así que le recomendamos que intente mantener un tono neutro y que cuide que sus palabras no incluyan juicios de valor, así facilitará que sus amigos expresen lo que piensan sin temor a contrariarle a usted, que es quién ha contado la historia.

En segundo lugar es muy probable que las opiniones sean distintas si el protagonista de la historia es hombre o mujer. Para comprobarlo puede hacer este pequeño ensayo en diferentes círculos, cambiando de protagonista. Habitualmente recibe una opinión mucho más positiva cuando contamos que es una mujer quien ha decidido tener un hijo soltera. La mujeres, se asume, tienen ese instinto maternal, esa necesidad biológica de ser madres, e incluso este instinto les dota de unas habilidades naturales para ejercer de madres que les facilita la tarea. Por el contrario si es un hombre el que ha decidido tener un hijo soltero la historia parece ser menos creíble, menos natural. Es probable que haya incluso quien piense que ese sujeto que quiere tener un hijo él solo es homosexual. Extraiga usted de esos comentarios sus propias conclusiones.

En tercer lugar es probable que las opiniones también sean distintas si plantea esta situación exclusivamente a un grupo de hombres o exclusivamente a un grupo de mujeres. La situación ideal es en la que en el grupo hay tanto hombres como mujeres, normalmente los de puntos de vista son mucho más variados y enriquecen mucho la conversación. Extraiga usted de este hecho sus propias conclusiones.

Y sin duda un aspecto que influirá significativamente en las opiniones que tengan sus amigos sobre el hecho que una persona haya decidido tener un hijo estando soltero, será el medio escogido para ser padre o madre. Naturalmente si es hombre sólo podrá optar por la adopción, ya que la opción denominada “vientre de alquiler” no es legal en España, pero si el protagonista de su historia es una mujer podría optar por adoptar, o por quedarse embarazada a través de la fecundación in vitro, o podría estudiar su ciclo menstrual para así mantener relaciones sexuales completas con un hombre durante el periodo fértil y así quedarse embarazada de manera natural. El hombre (el donante como se le llama en los “bancos de semen”) no tendría por qué saber que estaba siendo utilizado concebir un hijo (e incluso es probable que prefiriera no saberlo). Si plantea esta última situación a un grupo de hombres, que su amiga va a buscar a alguien para poder mantener relaciones sexuales y quedarse embarazada, verá como no tarda alguno de ellos en ofrecerse voluntario. Extraiga usted de ese comentario sus propias conclusiones.

Pero al margen del “voluntarismo” de algunos hombres por dejar embarazada a una mujer sin asumir la responsabilidad que ello conlleva, fíjese en las opiniones que despierta la decisión de “su amigo” (o “amiga”).

Las opiniones que reciba pueden variar desde el rechazo completo a que nadie tenga hijos estando soltero, independientemente de que sea adoptado o concebido por otra vía, hasta la opinión de que es una idea maravillosa, que denota “valentía” y provoca admiración. En cualquier caso hoy en día no es extraño conocer a alguna persona soltera que ha adoptado a uno o varios niños, mucho menos extraño es hablar de “familias monoparentales”. Esta situación está siendo aceptada en nuestra sociedad sin excesivas dificultades.

Hasta aquí la primera parte de nuestra pequeña investigación. La segunda parte es más sencilla. El modus operandi es el mismo, plantee en una conversación con amigos que usted ha decidido eliminar todas las televisiones y pantallas (tablets) de su casa; indique que ha pensado, junto con su cónyuge (o usted sola si es madre soltera) que no quiere que sus hijos estén expuestos diariamente a las pantallas, más allá de lo necesario para los estudios o el trabajo. Apunte que naturalmente no le importa que la vean de vez en cuando, si van a casa de amigos o de los abuelos, pero que prefiere que en su casa no haya pantallas, ni televisiones ni tablets. A continuación reclínese y escuche atentamente. Por mi experiencia le diré que es probable que oiga opiniones poco ponderadas, incluso alguien eleve el tono de voz. Será muy poco probable que oiga que su decisión es “valiente” y en cambio es fácil que alguien diga que sus hijos «van a salir raritos”. En mi experiencia ha ocurrido siempre que lo he planteado.

El resultado más frecuente de nuestro pequeño ensayo es que una gran parte de las personas que forman nuestra sociedad consideran que tener un hijo siendo soltero o soltera es una decisión “valiente”, que crecer sin padre o sin madre no afectará significativamente al desarrollo del niño, ni a sus relaciones con los demás, y sin embargo crecer sin televisión y sin tablet hará que el niño crezca “siendo rarito”, que alterará su desarrollo y que tendrá dificultades en las relaciones sociales. Extraiga usted sus propias conclusiones, y permítame que exprese las mía.

La conclusión es que, en opinión de muchas personas, en una casa, en un hogar, puede faltar sin ningún problema el padre o la madre, pero bajo ningún concepto debe faltar la televisión y las tablets, ya que conllevaría graves riesgos para el desarrollo normal del niño.

Si efectivamente, tal y como muchas personas afirman, no existe ninguna carencia ni ningún problema por que un niño crezca sin padre o sin madre, y da igual crecer en una familia monoparental o en una familia formada por un padre y una madre, entonces la labor de uno de los dos, del padre o de la madre, es absolutamente prescindible.

La sociedad actual propone que los padres o las madres no hacemos ninguna falta. Basta con que haya uno de los dos, tal y cómo decíamos al comienzo de este razonamiento: el padre (o la madre) es prescindible, sobra. Esto es grave. Más aún. Es muy grave. (Y si le molesta mi opinión cambie de blog, pero permítame ejercer mi libertad de pensamiento y de expresión).

Esta es la situación de la sociedad actual. No sólo considera en gran medida que los padres somos los culpables de los problemas, e incluso de las patologías mentales que puedan sufrir nuestros hijos, sino que, además, somos prescindibles.

Ahora, querido lector, piense en términos personales, piense en usted mismo. ¿Quién es usted?, ¿cómo ha llegado a ser quién es?. ¿Qué influencia ha tenido en usted y en quién es, su padre y su madre? ¿Sería usted el mismo si hubiera crecido sin su madre o su padre? ¿De cuál de los dos podría haber prescindido, sin que hubiera tenido la más mínima influencia en usted?

Quizás usted ha crecido siendo huérfano de padre o de madre, o, sencillamente, es usted hijo de una madre o de un padre soltero. ¿Cree que hubiera sido distinto, hubiera crecido en un entorno distinto, si hubiera tenido a su madre o a su padre junto usted?

Por otro lado, si usted ya es madre o padre, ¿cree que sus hijos crecerían igual sin usted?. Si prescindiéramos de usted y sus hijos crecieran únicamente con su cónyuge, ¿crecerían exactamente igual?.

Esto es lo que la sociedad actual está gritando: usted o su cónyuge son prescindibles. Reflexione pausadamente sobre esta idea y extraiga usted sus propias conclusiones.

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Acogimiento de la entrega de Jesús.

Oración de acompañamiento a Jesús en su entrega del Jueves y el Viernes Santo.

Acogimiento. Monte Calvario. La Virgen María, San Juan, San José de Arimatea, San Nicodemo y las Santas Mujeres acogen a Cristo.

“Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, aunque en secreto por miedo a los judíos, pidió a Pilato autorización para retirar el cuerpo de Jesús. Pilato se lo concedió. Fueron, pues, y retiraron su cuerpo. Fue también Nicodemo —aquel que anteriormente había ido a verle de noche— con una mezcla de mirra y áloe de unas cien libras. Tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en lienzos con los aromas, conforme a la costumbre judía de sepultar.” (Jn 19, 38-40).

¿De qué sirve darse si no hay quien te quiera recibir?

Toda entrega necesita ser acogida para no quedar estéril.

Tu entrega fue acogida.

Primero María.

“Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único” (Jn 3, 16) y “Dijo María: «He aquí la esclava del Señor. Hágase en mi según tu palabra»”  (Lc 1, 38).

María te acogió, primero tu Palabra y le dio cuerpo y sangre para el mundo, dándote la vida y recibiéndote en tu muerte.

María hace fecunda toda tu entrega.

José de Arimatea

“Había un hombre llamado José, miembro del Consejo, hombre bueno y justo, que no había asentido al consejo y proceder de los demás. Era de Arimatea, población de Judea, y esperaba el Reino de Dios. Se presentó a Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús. Después de descolgarlo, lo envolvió en una sábana y lo puso en un sepulcro excavado en la roca, en el que nadie había sido enterrado todavía” (Lc 23, 50-53).

José junto a María. Se llama como tu padre en la tierra, así José está junto a ella.

José junto a ti. “Esperaba el Reino de Dios”, por eso pide tu cuerpo, es tu discípulo: “Señor, danos siempre de este pan” (Jn 6, 34).

José de Arimatea nos enseña cómo vivir la esperanza. Acogiendo tu cuerpo junto a María.

Puso tu cuerpo en un sepulcro en el que nadie había sido enterrado todavía.

Señor, pon tu cuerpo en mi corazón, que es una roca, y dale Vida a mi vida.

Nicodemo

“Fue también Nicodemo — aquel que anteriormente había ido a verle de noche — con una mezcla de mirra y áloe de unas cien libras.” (Jn, 19, 39)

A él le anticipaste todo (Jn 3, 1 – 21) y ahora vive según tu palabra. Actúa como Dios quiere, por eso se acerca a ti, que eres la luz del mundo, para que quede manifiesto que obra la verdad. (Jn, 3, 21).

Te ha visto elevado sobre el mundo, y ahora cree en ti, para poder alcanzar la vida eterna (Jn 3, 14-15).

Ha nacido de nuevo del agua de tu costado, para entrar en el Reino de Dios (Jn 3, 5).

El que te buscó en la noche y no entendió tu palabra, perseveró hasta el final, hasta verla cumplida.

Nicodemo nos enseña cómo vivir la fe. Perseverando junto a ti, aunque no comprendamos toda tu palabra.

Las Santas Mujeres

“Las mujeres que habían venido con él desde Galilea fueron detrás, para ver dónde estaba el sepulcro y cómo fue colocado su cuerpo.” (Lc 23, 55).

Nunca te dejaron, habían venido contigo desde Galilea, desde el principio, y no huyeron ni te abandonaron, se quedaron a ver cómo fue colocado tu cuerpo. “Regresaron y prepararon aromas y ungüentos” (Lc 23, 56).

Siempre a tu lado. Siempre procurando tu cuidado. Amor puro.

Las santas mujeres nos enseñan a amarte. Yendo donde Tú quieras ir, manteniéndonos cerca, sin que sea necesario que se nos note, pero siempre atentos, preparando lo que Tú necesites.

¿Y yo?

¿Haré que tu entrega sea estéril o acogeré toda tu entrega en mi vida?

Te has entregado por mí, pero si no acepto tu entrega, tu tortura y tu muerte serán estériles en mi vida.

Es necesario que como María acoja tu palabra en mi interior, en lo más profundo de mí y la haga carne de mi carne. Tu eres el Verbo, en ti está la Vida y eres la Luz de los hombres (Jn 1, 1-5), pero si no acojo tu Palabra, ni la luz ni la vida tendrán cabida en mí.

Quiero como José, acoger tu cuerpo, quiero vivir para siempre en tu reino. Quiero venerar tu Eucaristía como mi único alimento.

Ayúdame a perseverar como Nicodemo, hasta nacer de nuevo del agua de tu costado y lavar en tu sangre mi pecado. Que vaya a buscarte en mi noche y mi oración sea escucharte. Que viva acogiendo tu corazón abierto, que ese sea mi refugio. Yo soy el mísero al que tú has entregado su corazón. Que nunca dude de tu misericordia y que nunca me aleje de ella.

Señor Jesús, quiero cuidarte como las santas mujeres, seguirte a donde vayas y procurar siempre tu cuidado, en tu cuerpo, en todos los que me has puesto a mi lado.

¡Señor Jesús!, Dame a comer tu cuerpo, dame a beber tu sangre, dame tu cruz para que yo la cargue … María … ven a mi vida y acógeme en tu amor. ¡Padre! dame tu misericordia, permíteme refugiarme en tu corazón abierto … lava mi pecado y llévame a tu Reino.

Amen.

Esta oración se terminó de escribir el día 2 de junio de 2019, Fiesta de la Ascensión de Nuestro Señor al Cielo – la culminación de su entrega.

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Décima entrega de Jesús. Muerto, entrega la Misericordia.

Oración de acompañamiento a Jesús en su entrega del Jueves y el Viernes Santo.

Décima entrega. Desde la cruz. Jesús muerto entrega la Misericordia en la sangre y el agua que brotan de su corazón.

“Pero al llegar a Jesús, como lo vieron ya muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza, y al instante salió sangre y agua.” (Jn, 19, 33-34).

El profeta Zacarías lo había anunciado: “En cuanto a aquél a quien traspasaron, harán lamentación por él como lamentación por el hijo único, y le llorarán amargamente como se llora amargamente a un primogénito. … Aquel día habrá una fuente abierta para la casa de David y para los habitantes de Jerusalén, para lavar el pecado y la impureza” (Zc 12, 10; 13, 1)

Creíamos que todo había terminado, que ya no podías entregarte más. Jesús, el nazareno, el hombre, ha muerto, pero Dios sigue vivo. ¡Dios está vivo! y en el instante en que nos damos por perdidos, entregas tu esencia. Dios es Misericordia, Dios nos entrega su Misericordia.

“En el último día, el más solemne de la fiesta estaba Jesús y clamó:

– Si alguno tiene sed, venga a mí; y beba quien cree en mí. Como dice la escritura de sus entrañas brotarán ríos de agua viva -. Se refirió con esto al Espíritu que iban a recibir los que creyeran en él, pues todavía no había sido dado el Espíritu, ya que Jesús aún no había sido glorificado” (Jn 7, 37-39).

Todo estaba escrito. Debías primero entregar tu Espíritu para glorificar al Padre y a tí en Él, y así, al darnos a beber el agua “que Yo le daré no tendrá sed nunca más, sino que el agua que Yo le daré se hará en él fuente de agua que salta hasta la vida eterna” (Jn 4, 14).

Porque es tu misericordia la fuente de agua viva que nos lleva hasta la vida eterna.

 “«Misericordia», palabra latina cuyo significado etimológico es «miseris cor dare», «dar el corazón a los míseros»” (Discurso del Santo Padre Francisco a la Confederación Nacional de Las Misericordias de Italia en el aniversario de la audiencia del 14 de junio de 1986 con el Papa Juan Pablo II. Plaza de San Pedro, sábado 14 de junio de 2014).

Quisiste que Juan, que vio brotar sangre y agua de tu costado diera testimonio para pudiéramos creer (Jn 19, 35).

Pero frente a nuestro olvido, nuestra dureza de corazón, nuestro rechazo, volviste a abrirnos los ojos:

“Mi Corazón desborda con gran Misericordia para las almas, y especialmente para los pobres pecadores. Si solo pudieran entender que Yo soy el mejor de los Padres para ellos y que para ellos es que la Sangre y el Agua fluyeron de Mi Corazón como de una fuente llena de Misericordia” (Santa Faustina Kowalska, Diario 367).

Y como si estuvieras dando luz a un nuevo sacramento, entregas tu sangre y tu agua, como signos de tu gracia. Abres tu corazón y entregas tu misericordia.

Señor, lava mis pecados con tu sangre “para tener derecho al árbol de la vida” (Ap. 22, 14), ¡Ven!, que tengo sed, dame el agua de la vida (Ap. 22, 17).

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Novena entrega de Jesús. Su Espíritu.

Oración de acompañamiento a Jesús en su entrega del Jueves y el Viernes Santo.

Novena entrega. Desde la cruz. Jesús entrega su Espíritu al Padre.

“Y Jesús, clamando con voz potente dijo: «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu»” (Lc 23, 46).

Nos has entregado tu cuerpo y tu sangre, tu humanidad, tu cruz … pero tu Espíritu debes entregárselo al Padre, nosotros no estamos todavía preparados.

“Y en esto el velo del Templo se rasgó en dos de arriba abajo y la tierra tembló y las piedras se partieron” (Mt 27, 51) Pero, ¿acaso se rasga mi alma?, ¿acaso tiembla, o se parte mi corazón?, ¿o me quedo impasible, viendo estremecerse todo a mi alrededor, como si las piedras y las telas tuvieran más conciencia que yo?.

Nada. No puedo hacer nada. Mi vida, que es la tuya, se ha quedado vacía. Ni tiemblo ni me rompo porque no hay ya nada en mí.

Si Tú no tienes vida, a mí ¿qué me queda?

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Octava entrega de Jesús. La humanidad y su Madre.

Oración de acompañamiento a Jesús en su entrega del Jueves y el Viernes Santo.

Octava entrega. Desde la cruz. Jesús entrega la humanidad a su Madre y su Madre a la humanidad.

“Jesús, al ver a su madre y junto a ella al discípulo al que amaba, dijo «Mujer, ahí tienes a tu hijo». Luego dijo al discípulo: «Ahí tienes a tu madre»” (Jn 19, 26-27).

¿Quién es ese al que tu amabas?, ¿no tiene nombre? Lo tiene, tiene el nombre de todo aquel te mira y cree en ti, a quien tu amas.

¡Qué delicado eres! No quisiste que apareciera ningún nombre para que cada uno supiéramos que somos nosotros “el discípulo al que ama”.

No podría vivir de otro modo, ¿cómo vivir pensando que no me amas?

Y me lo dices ahí, en tu agonía. Me entregas a tu madre. Me diste la vida, estás entregando la Vida, y te quedan fuerzas para dar el más preciado bien que nadie puede tener.

Pero a veces la mediocridad se hace fuerte en mí y pienso ¿quién se cree este para entregarme, acaso le pertenezco, acaso soy yo su hijo?, ¿quién eres tú Jesús, acaso tú eres mi Padre?, y me respondes “Hace tanto que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe?, quien me ha visto a mí ha visto al Padre” (Jn 13, 9).

Y vuelvo a mirarte queriendo ver al Padre, pero veo tu cuerpo completamente llagado, te veo completamente entregado.

Ahora miro a María y veo a mi Madre, y veo sus ojos clavados en ti y me abrazo a ella queriendo consolarla, pero en mi abrazo es ella mi consuelo.

“No os dejaré huérfanos” (Jn 14, 18) Lo tenías todo previsto. Por eso querías que estuviera aquí, frente a ti, junto a nuestra Madre. Quieres que me entregue a ella.

Y María, que tiene el alma tan llagada de dolor como tu cuerpo oye tus palabras y cierra los ojos, como asintiendo; ahora no puede pensar en otro más que en ti, no piensa ni en Juan, ni en mi, ni en ninguno de sus otros hijos, pero “conservaba todo esto en su corazón” (Lc 2,51). Conserva tus palabras y conserva a tus hijos, a sus hijos.

“Y desde aquella hora, el discípulo la recibió como algo propio” (Jn, 19, 27) ¿Quién recibió a quién?

María nos recibió desde el primer instante, ella también aceptó la voluntad del Padre, “Hágase en mi según tu palabra” (Lc 1, 38). Juan te acogió. Sí Madre, yo también deseo acogerte en mi corazón “como algo propio”.

Y viendo el enorme dolor que sientes ante Jesús entregado sé que sigues sufriendo, ¡Cuánto dolor tienes Madre por todos esos hijos que no te quieren recibir en su corazón!, ¡Cuánto dolor hay en esos corazones que no te han acogido!

“Haced lo que Él os diga” (Jn 2, 5), si tan solo te recibiéramos, si fuéramos capaces de acoger esta entrega, ¡qué vida tan plena tendríamos contigo en nuestro corazón!

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Séptima entrega de Jesús. Sus vestiduras.

Oración de acompañamiento a Jesús en su entrega del Jueves y el Viernes Santo.

Séptima entrega. Monte Calvario. Jesús entrega sus vestiduras.

“Los soldados cuando crucificaron a Jesús, cogieron su ropa, haciendo cuatro partes, una para cada soldado, y apartaron la túnica. Era una túnica sin costura, tejida de unas sola pieza de arriba abajo” (Jn, 19, 23).

Ya estás elevado en la cruz pero ellos ni te miran. Les has entregado tu ropa y desnudo entregas la Vida al mundo. Ellos ni te miran. Están pendientes del “botín”. ¿No estaba allí María, tu madre?, podrían, al menos, haberle dado a ella lo que a ti te pertenece, pero después de lo que te han hecho, ¿qué respeto te van a dar? ¿cabe esperar alguna compasión por ti?

Hicieron cuatro partes, una para cada soldado. Como si el reparto equitativo de lo robado hiciera justicia.

Y la túnica “No la rasguemos, sino echémosla a suertes, a ver a quién le toca” (Jn 19, 24). ¡Ignorantes!, no sabían que esa túnica no podía rasgarse, así lo había ordenado Dios: “Confeccionarás el manto del efod todo él de púrpura violácea. Llevará en el centro una abertura para la cabeza, con un dobladillo alrededor, como la abertura de un coselete, para que no se rasgue” (Ex 28, 31).

Caifás se rasgó las vestiduras, él ejercía de sumo sacerdote ese año. Pero su cargo, su vestido, su honra eran mundanas. Efímeras. Rompibles.

Tu llevas la túnica de Sacerdote eterno y hoy por tres veces te has despojado de ella.

La primera para lavarnos los pies. “El criado no es más que su amo, ni el enviado es más que el que lo envía” (Jn 13, 16). Te hiciste nuestro criado al lavarnos los pies, por eso te quitaste el manto, para que viéramos tu humillación hasta en tu vestido.

La segunda para preservar tu manto de los latigazos “lo desnudaron y le pusieron un manto de color púrpura. Y terminada la burla le quitaron el manto, le pusieron su ropa y lo llevaron a crucificar” (Mt 27, 28, 31). Sufriste sobre tu piel el daño de nuestro pecado, pero cuidaste como sagrado el símbolo de tu sacerdocio.

Por fin, entregas a los que te vamos a matar también tu túnica, tu sacerdocio.

¡Pero volverás a llevarlo! “y en medio de los candelabros como un Hijo de hombre, vestido de una túnica talar, y ceñido el pecho con un cinturón de oro” (Ap 1, 13) y en ella veremos escrito quién eres: “En el manto y en el muslo lleva escrito un título: «Rey de reyes y Señor de señores»” (Ap 19, 16)

Avergonzado me atrevo a mirarte, solo queda en ti la corona de espinas, como diadema, como había ordenado el Señor que debía llevar el Sumo Sacerdote: “Harás también una diadema de oro puro, y grabarás en ella, como en un sello: «Consagrado al Señor»” (Ex 28, 36) y la llevas para indicar que cargas con nuestras culpas al ofrecerte como Cordero Pascual al Padre: “Estará sobre la frente de Aarón, pues Aarón cargará con la culpa en que hayan incurrido los hijos de Israel al hacer sus ofrendas sagradas” (Ex 28, 38).

Entregaste las vestiduras de Sacerdote Eterno, pero dejaste sobre tu piel el símbolo de tu entrega.

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Sexta entrega de Jesús. Su Cruz.

Oración de acompañamiento a Jesús en su entrega del Jueves y el Viernes Santo.

Sexta entrega. Camino del Calvario. Jesús entrega su Cruz.

“Mientras lo conducían, echaron mano de un cierto Simón de Cirene, que volvía del campo, y le cargaron la cruz, para que la llevase detrás de Jesús” (Lc, 23, 26).

Entregas tu Cruz. Incluso tu Cruz. Simón tuvo miedo. ¡Claro!, ¡cómo no tener miedo!

¿Quién no ha tenido miedo de cargar una cruz, más aún si no es la suya? Si ayudo a enfermos de sida ¿no me contagiaré?; si llevo a las personas con discapacidad al cine ¿no me tendrán por uno de ellos?; yo no voy los domingos a casa de mi suegra, para que no se acostumbre y no vaya a creerse que es mi obligación. Paso de ir de voluntaria con las monjas, no vaya a escuchar la vocación del Señor.

¡Qué miedo da la Cruz! ¡Que no, que yo no la quiero!

Pero Simón cargó con tu Cruz. El cirineo fue el primero en seguir tus pasos hacia el calvario “y le cargaron la cruz, para que la llevase detrás de Jesús” (Lc, 23, 26). Déjame ir detrás de ti, Simón. Te llamas igual que Pedro …

Cargar con la Cruz de Jesús. Hoy sabemos que es el mayor privilegio. Tú nos habías dicho “a todos: «Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz de cada día y me siga»” (Lc, 9, 23).

Pero ahora entregas tu Cruz.

Tal y cómo nos dijiste, para llevar la Cruz hay que negarse a sí mismo. No puedo decir “esa no es mi cruz”. Para llevar la Cruz de Cristo, la cruz de mi hermano, de mi hijo, de mi cónyuge, de mis padres, “yo” no importo, mi cruz no importa.

“Niégate a ti mismo” me dices. Como el cirineo. Ya no es Simón. Ahora es el que lleva tu Cruz.

Así me enseñas: no basta con que tome mi cruz de cada día. Tengo que tomar la cruz de mi prójimo.

Entregaste tu Cruz a Simón, a uno que pasaba por ahí. Señor, enséñame a cargar la Cruz del que pase a mi lado. Permíteme ver en su desdicha tu Cruz, para cargarla y llevarla “detrás de Jesús”.

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Quinta entrega de Jesús. Su perdón.

Oración de acompañamiento a Jesús en su entrega del Jueves y el Viernes Santo.

Quinta entrega. Casa de Anás. Jesús entrega su perdón a Pedro.

“El Señor, volviéndose, miró a Pedro, y Pedro se acordó de la palabra que el Señor le había dicho: «Antes de que cante el gallo me negarás tres veces»”. (Lc 22, 61).

Pedro cumplió tu palabra. “¡Feliz la culpa que mereció tal Redentor!” (Pregón Pascual del Sábado Santo). ¡Gracias Pedro!, arrancaste del Señor la mirada de perdón.

Esa noche hacía frío pero el único que busca el calor del fuego era Pedro. El Corazón de Jesús estaba encendido por amor a los hombres. El corazón de los del sanedrín ardía de odio. Pero Pedro estaba encerrado en sí mismo, en su egoísmo. Estaba atento a sí mismo, ¡qué frío!

Todos reconocen a Pedro, le han visto tantas veces con Jesús, siempre ahí, a su lado. Pero ahora le niega. También todos me conocen. Siempre en la parroquia, todos los domingos en Misa, en todos los saraos místicos, pero cuando llega la hora de la pasión … cuando llega el momento de la entrega … cuando creo que nadie me conoce …

Más tarde Jesús suplicará el perdón del Padre por los que no saben lo que hacen, pero tú sí sabías lo que hacías ¿verdad Pedro?, Él te lo había avisado. ¡Te entiendo tan bien! ¿Tres veces? ¡Incontables las veces que yo le he negado!, ¡incontables!

El Señor mira a Pedro, como me mira a mí cada vez que le niego. Pero no juzga, no nos juzga. “Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él” (Jn 3, 17); El Señor no juzga, no condena. Jesús perdona. Con solo una mirada Jesús salva.

Señor, ¡enséñame a mirar sin juzgar!, ¡enséñame a no condenar! Jesús, si tan solo supiera perdonar …

“Y, saliendo afuera, lloró amargamente” (Lc, 22, 62). ¿Cómo no llorar? Lágrimas de vergüenza. Ese será el dolor por mi pecado, porque la culpa, la expiación ha caído entera sobre tu carne. Entregas tu cuerpo para que yo solo tenga que pedir perdón.

Ahora me entregas tu mirada. Entregas tu perdón.

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