¿Me vacuno o no?

Hace bastantes años apareció una noticia en los periódicos españoles informando del “hallazgo” de un profesor de una universidad estadounidense, creo recordar que era Harvard, según el cual se demostraba que la elección de una opción política respondía a cuestiones emocionales más que racionales.

Entonces me pareció que el supuesto “descubrimiento” era una obviedad tan evidente como el hecho de que por el día hay más luz que por la noche.

Si hubiera un criterio racional universalmente válido para elegir una opción política, solo existiría esa opción. Es obvio que elegimos nuestras opciones políticas por criterios emocionales, pero parece que este dato sorprende.

El ser humano es tan emocional como racional, y aunque nos gusta pensar que hacemos elecciones basados únicamente en motivos objetivos, coherentes, y lógicos, la realidad es que la emoción es la base de nuestras elecciones.

Si el ser humano fuera racional no existiría el tabaco, nadie se tomaría la tercera copa, nadie excedería de velocidad en el coche, ni se saltaría los semáforos en rojo. Si fuéramos racionales las urnas estarían vacías en cada elección (¿qué político se merece racionalmente nuestro voto?). Si el ser humano fuera racional seríamos caracterizados de austeros (al menos no despilfarraríamos como estamos acostumbrados), y la cirugía estética sería únicamente reconstructiva.

La emoción nos lleva a la acción; la razón nos sirve para buscar los datos que apoyen nuestras decisiones.

Exactamente igual ocurre con la elección de vacunarse o no hacerlo. Nos gusta pensar que atendemos a criterios racionales, pero lo cierto es que los motivos vacunarse son mucho más emocionales que racionales.

La mayoría de las personas se vacunan por miedo. Miedo a enfermar y miedo a morir.

Y la mayoría de las personas que NO se vacunan ¡¡ utilizan el mismo argumento: miedo a los efectos secundarios de las vacunas – miedo a enfermar y miedo a morir !!

El miedo es una emoción y, como tal, puede provocar reacciones extremas, como se ha visto en los antivacunas y en los defensores de las vacunas.

A nadie puede extrañar que el miedo sea el origen de nuestra toma de decisiones. Desde principios de marzo de 2020 hemos estado bajo una situación de incertidumbre, de cambios, de percepción de riesgo. Se crearon hospitales especializados, se habilitaron pistas de hielo como morgues temporales, estuvimos encerrados en casa, con necesidad de salvoconductos para circular … ¡¡ ¿cómo no tener miedo? !!

Gracias a ese miedo y al uso que de él han hecho los estados y las agencias internacionales (O.N.U.; O.M.S; etc.) ha sido fácil lograr que una mayoría de la población quiera ser vacunada. Sin embargo es poco habitual preguntar a las personas que se vacunan “¿por qué te has vacunado?”, esa pregunta se reserva a los que no han querido hacerlo. Se asume que la vacunación es “racional”, es “lo adecuado”.

Pero lo cierto es que la inmensa mayoría de las personas vacunadas no han contrastado datos, no han hecho un análisis de las evidencias, no han buscado más allá de lo que los medios de comunicación les han informado. No lo critico, sencillamente constato de que su decisión no ha sido tomada “concienzudamente”, sino más bien “mediáticamente”. Han encontrado una forma de reducir su miedo y creo que esa razón por sí sola no solo es válida, sino que es la MÁS valida de todas. Somos emocionales.

Por el contrario, muchas de las personas que no desean vacunarse, y no digamos ya de los llamados “antivacunas”, buscan y manejan información, datos y resultados. Aunque no podemos asegurar que esos datos sean ciertos, válidos o útiles, pero los buscan. Tampoco podemos dar por hecho que los datos que se nos aportan las fuentes “oficiales”, o mejor dicho las fuentes “estatales” o “supra estatales” sean ciertas, válidas ni útiles.

Todos, TODOS, tanto los estados y las agencias internacionales como los antivacunas están utilizando los datos con el fin de inculcar el máximo miedo a la población con tal de lograr su objetivo.

Sin necesidad de hacer una investigación profunda y detallada, sencillamente estando abierto a fuentes de información disponibles al público en general, tengo datos más que suficientes para desear vacunarme y tengo datos más que suficientes para querer evitarlo a toda costa.

Por parte de los estados si el miedo no es suficiente para lograr el objetivo entonces se recurre a medios coercitivos – negar acceso a servicios, señalar en los medios a un grupo determinado de personas como vectores de trasmisión, etc. – con tal de obtener su objetivo, pero esos medios no hacen más que demostrar que la vacunación no se está llevando a cabo por cuestiones racionales.

Por tanto, ¿podemos establecer una discusión para llegar a una conclusión inequívoca sobre si debemos o no vacunarnos? Para mi es evidente que no se puede. Esa discusión utilizaría datos con el fin de intentar convencer a la otra parte de su error, pero la decisión no se basa en los datos, sino en cuestiones emocionales, de ahí la imposibilidad de un acuerdo.

Incluso cuando se presentan datos objetivos, en uno u otro sentido, la parte contraria los pone en duda, bien por su procedencia, bien por los métodos de análisis utilizados. Y a la luz de los análisis que he realizado personalmente, estoy convencido de que la parte que duda de los datos y de las conclusiones que de ellos se pretenden extraer tiene razón en hacerlo.

¿Podemos entonces llegar a un encuentro? Sí, sin duda. El único posible: el encuentro del respeto.

Mi corazón me pide que escriba: “no juzgue”, pero sería ir en contra de la tesis central de este artículo. El ser humano es emocional y por tanto juzga. Usted no puede evitar pensar que los que actúan diferente a usted se están equivocando, pero no permita que nadie utilice su criterio como medio de enfrentamiento con su congénere.

Vacúnese, o no lo haga, pero no crea que usted tiene razón. Usted tiene emoción y su emoción le ha llevado a tomar esa decisión. Ahora asuma las consecuencias.

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