Segunda entrega de Jesús. Su sangre.

Oración de acompañamiento a Jesús en su entrega del Jueves y el Viernes Santo.

Segunda entrega – En el cenáculo. Jesús entrega su sangre.

“Después tomó el cáliz, pronunció la acción de gracias y dijo «Bebed todos, porque esta es mi sangre de la alianza»” (Mt 26, 27). Las alianzas se sellan con sangre. Y Tú eres el Cordero elegido. Tú entregas tu sangre “que es derramada por muchos para el perdón de los pecados” (Mt, 26, 27).

Ya nos lo había anunciado hacía tres años Juan el bautista con solo verte: “Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Jn 1,29).

“Mi sangre es verdadera bebida” (Jn 6, 55).

Al verte con el cáliz en la mano y oírte decir “bebed”, vienen como un trueno tus palabras a Santiago y Juan “Mi cáliz lo beberéis” (Mt 20, 23) – les anunciaste lo que habría de pasar para que pudieran entrar en el cielo … Es necesario beber tu sangre para entrar en tu reino.

Entregas tu sangre para que te bebamos. No es un símbolo. No es una metáfora: Es tu sangre. Es nuestra bebida.

Cuando yo sangro mancho, pero tu sangre limpia nuestros pecados para que podamos estar ante el trono de Dios en el cielo. “Estos son los que vienen de la gran tribulación: han lavado y blanqueado sus vestiduras en la sangre del Cordero” (Ap. 7, 14). Quiero beber tu sangre para limpiar mis pecados.

Pienso en tu sangre derramada – entregada. En el patio de la casa de Pilatos. En el camino hacia el calvario. Sobre las piedras en las que apoyan la cruz mientras te clavan. La sangre hecha savia del madero en el que te alzan … ¡si con una sola de esas gotas se salva el mundo, que terrible desperdicio!, ¡que no se pierda ni una gota! y entonces veo tu sangre derramada en el Cáliz que bebo y me doy cuenta: ¡cuántas veces ha caído tu sangre sobre mi corazón hecho piedra, sobre mi alma alicatada como el patio de Pilatos!

¿Cuántas veces he pensado que yo “soy inocente de la sangre de este Hombre” (Mt 27, 24)? ¿De qué me tiene que salvar ese?

Tu sangre por mis pecados. Y no logro verlo, quizás no quiero verlo.

Si entendiera que cada gota de tu sangre derramada ha sido entregada por mis pecados, ¿podría seguir viviendo como si nada?

Pero sigo pecando y Tú sigues sangrando. Sigues lavando con tu sangre mis pecados. Y me dices: “toma y bebe” … y resuenan en mis oídos tus palabras “y en adelante no peques más” (Jn, 8, 11).

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