Hace muchos años un buen médico y mejor persona, el Dr. Escalada, al decirle que no fumo, después de que él me ofreciera un cigarro, me dijo: “¡pues te morirás de asco!”. Me hizo gracia la frase y se me quedó grabada.
El covid-19 comenzó su expansión hace prácticamente hace un año. El ministerio de salud ya ha reconocido la presencia del primer caso de coronavirus en España el 1 de enero de 2020. La palabra “confinamiento” forma parte de nuestras vidas desde mediados de marzo; las máscaras, el gel hidroalcohólico y los saludos a distancia son tan cotidianos en nuestras vidas, que si falta cualquiera de ellos nos sentimos ya víctimas de algo, no sé de qué.
La sana distancia para reducir la posibilidad de ser contagiados está entre metro y medio y dos metros, pero todavía hay millones de personas que viven encerrados en sus casas. A los niños en México se les ha prohibido ir al colegio, y sigue habiendo cientos de personas que pueden afirmar “hace meses que no veo a mis padres”, “son población de riesgo”, añaden como explicación.
“Mi padre tiene ya 78 años, es población de riesgo”.
¿Riesgo de qué?, ¿de morirse?, ¿de verdad ha tenido que llegar una pandemia de estas dimensiones para que te des cuenta de que tu padre tiene riesgo de morir?.
Yo tengo 52 años, y soy varón. Soy población de riesgo.
Mi hija tiene 19 años. Es población de riesgo.
Todo ser humano es población de riesgo. Todos vamos a morir. La cuestión es de qué.
¿De coronavirus o de tristeza y de asco?
Según la estadística aportada hoy por la Organización Mundial para la Salud, 22 de noviembre de 2020, en el mundo se han contagiado 55,6 millones de personas, de las cuales han fallecido 1,34 millones, es decir un 2,41% de los infectados. Insisto, el 2,41% de los infectados, NO de la población.
Sin embargo, la propia OMS, publicó el 5 de octubre que calculaba que el número de contagios era 22 veces mayor al reconocido, es decir, que el 10% de la población había sido ya infectada.
¿Conoces otra enfermedad que 220% de los enfermos no saben que la han sufrido? ¿Puede seguir considerándose una enfermedad “altamente mortal”?
¡¡Ojalá la diabetes, la esclerosis lateral amiotrófica, la tuberculosis, el cáncer o tan siquiera la gripe produjera un solo enfermo asintomático hasta haberse curado de la enfermedad!!
NO soy negacionista. El virus existe. ES absolutamente necesario tomar medidas de seguridad: mascarillas, higiene manual (todavía nadie me ha explicado qué sentido tiene ducharse entero al venir de la calle), distancia con personas que no pertenecen a nuestro círculo de intimidad; pero lo cierto es que una inmensa parte de la población, por mantenerse a salvo de una enfermedad que según la OMS en la mayoría de los casos pasa desapercibida o con escasos síntomas, han tomado medidas completamente extremas y que están generando unos niveles de patología muy superiores a los causados por el covid.
Los psicólogos nos estamos haciendo de oro, es cierto, no me voy a quejar. Las consultas están llenas de personas afectadas por graves niveles de ansiedad, fobia, insomnio, depresión. Los psicólogos de familia, atendiendo a los restos afectivos de matrimonios destrozados y niños con unos problemas de conducta gravísimos por culpa, NO DEL COVID, sino de unas medidas absolutamente desproporcionadas.
España está demostrando que NO ES NECESARIO evitar a los niños asistir al colegio para controlar los niveles de contagio. Y por lo que veo en México las consecuencias de la enseñanza únicamente a través de la pantalla están siendo devastadoras. NO va a ser nada fácil su recuperación, académica por supuesto, pero afectiva y social, tampoco.
La mascarilla que es absolutamente necesaria, se ha convertido en un claro signo de “presunción de culpabilidad”. Exigimos que todo el mundo lleve mascarilla porque les consideramos “infectados” hasta que demuestren lo contrario, y tenemos un ataque de pánico si vemos que alguien que está a tres metros de distancia y en plena calle se quita la máscara. Es absurdo.
En el peor de los casos, EN EL PEOR DE LOS CASOS, haciendo un cálculo absolutamente desproporcionado, solo el 10% de las personas con las que hoy se cruce estarán infectadas con el COVID-19.
Como mínimo el 90% de las personas con las que interactúe hoy tendrán cualquier otra patología, pero no tendrán covid.
Es mucho más probable que las personas con las que conviva hoy estén sufriendo ansiedad, depresión, miedos, inseguridad, tristeza, hastío, etc.
Desde el pasado mes de marzo he perdido a varios amigos y familiares. Ninguno por covid. Andan caminando, creo, pero están muertos.
Se niegan a ver a sus padres, a sus amigos, o a cualquiera a quienes antes llamaban “personas queridas”. Todos los mensajes de Whatsapp que envían son de alarma, de prevención, de queja, o de humor rancio.
Han muerto de tristeza y de asco. Es muy poco probable que les vuelva a ver. Si algún día el covid desaparece (no ha desaparecido ni la gripe, ni la tuberculosis, ni el sífilis, así que no veo porqué va a desaparecer esta obra maestra de la ingeniería médica) habrán perdido sus facultades sociales y afectivas, serán auténticas piltrafas que conservarán el miedo a que alguien con capacidad de abrazar se les acerque.
Tomar medidas de prevención no significa dejar de hacer una vida muy cercana a la normalidad.
Ponte máscara, lávate las manos y mantén la distancia con aquellos a quienes nunca has llamado íntimos.
A partir de ahí: vete al colegio, ve a trabajar, usa el avión, disfruta de una buena comida o una buena cena con amigos. Al menos con tu cónyuge, con quién con la excusa de la pandemia no tienes un momento de intimidad desde hace meses. De intimidad digo, no un simple polvo.
Y si hace más de un par de semanas que no ves a tus padres o a alguien a quien consideras tan querido como ellos, sal corriendo, ¡pero corriendo! y dales un abrazo bien fuerte, ¡corre!, antes de que se mueran tristeza y de asco.
Nacho, con tu permiso voy a pasar tu reflexión a todos mis contactos. Pienso lo mismo, exacto. Gracias por expresar tan bien y tan claro mis pensamientos a veces confusos