Séptima entrega de Jesús. Sus vestiduras.

Oración de acompañamiento a Jesús en su entrega del Jueves y el Viernes Santo.

Séptima entrega. Monte Calvario. Jesús entrega sus vestiduras.

“Los soldados cuando crucificaron a Jesús, cogieron su ropa, haciendo cuatro partes, una para cada soldado, y apartaron la túnica. Era una túnica sin costura, tejida de unas sola pieza de arriba abajo” (Jn, 19, 23).

Ya estás elevado en la cruz pero ellos ni te miran. Les has entregado tu ropa y desnudo entregas la Vida al mundo. Ellos ni te miran. Están pendientes del “botín”. ¿No estaba allí María, tu madre?, podrían, al menos, haberle dado a ella lo que a ti te pertenece, pero después de lo que te han hecho, ¿qué respeto te van a dar? ¿cabe esperar alguna compasión por ti?

Hicieron cuatro partes, una para cada soldado. Como si el reparto equitativo de lo robado hiciera justicia.

Y la túnica “No la rasguemos, sino echémosla a suertes, a ver a quién le toca” (Jn 19, 24). ¡Ignorantes!, no sabían que esa túnica no podía rasgarse, así lo había ordenado Dios: “Confeccionarás el manto del efod todo él de púrpura violácea. Llevará en el centro una abertura para la cabeza, con un dobladillo alrededor, como la abertura de un coselete, para que no se rasgue” (Ex 28, 31).

Caifás se rasgó las vestiduras, él ejercía de sumo sacerdote ese año. Pero su cargo, su vestido, su honra eran mundanas. Efímeras. Rompibles.

Tu llevas la túnica de Sacerdote eterno y hoy por tres veces te has despojado de ella.

La primera para lavarnos los pies. “El criado no es más que su amo, ni el enviado es más que el que lo envía” (Jn 13, 16). Te hiciste nuestro criado al lavarnos los pies, por eso te quitaste el manto, para que viéramos tu humillación hasta en tu vestido.

La segunda para preservar tu manto de los latigazos “lo desnudaron y le pusieron un manto de color púrpura. Y terminada la burla le quitaron el manto, le pusieron su ropa y lo llevaron a crucificar” (Mt 27, 28, 31). Sufriste sobre tu piel el daño de nuestro pecado, pero cuidaste como sagrado el símbolo de tu sacerdocio.

Por fin, entregas a los que te vamos a matar también tu túnica, tu sacerdocio.

¡Pero volverás a llevarlo! “y en medio de los candelabros como un Hijo de hombre, vestido de una túnica talar, y ceñido el pecho con un cinturón de oro” (Ap 1, 13) y en ella veremos escrito quién eres: “En el manto y en el muslo lleva escrito un título: «Rey de reyes y Señor de señores»” (Ap 19, 16)

Avergonzado me atrevo a mirarte, solo queda en ti la corona de espinas, como diadema, como había ordenado el Señor que debía llevar el Sumo Sacerdote: “Harás también una diadema de oro puro, y grabarás en ella, como en un sello: «Consagrado al Señor»” (Ex 28, 36) y la llevas para indicar que cargas con nuestras culpas al ofrecerte como Cordero Pascual al Padre: “Estará sobre la frente de Aarón, pues Aarón cargará con la culpa en que hayan incurrido los hijos de Israel al hacer sus ofrendas sagradas” (Ex 28, 38).

Entregaste las vestiduras de Sacerdote Eterno, pero dejaste sobre tu piel el símbolo de tu entrega.

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