La primera luz roja que vi fue cuando hace años comencé a oír hablar desde el think tank Family Watch de la gravísima situación demográfica a la que nos estábamos dirigiendo. En diciembre de 2018, el mes pasado, el Instituto Nacional de Estadística presentó los datos definitivos de nacimientos en España en 2017 y los provisionales del primer semestre de 2018, la conclusión: el número de nacimientos en España ha descendido hasta el nivel más bajo desde que se recogen datos, en 1941. Según Alejandro Macarrón, presidente de la fundación Renacimiento Demográfico, la realidad es que el número de nacimientos ha descendido a niveles del siglo XVIII. Como él mismo explica, este cambio en la demografía no puede explicarse por meras cuestiones económicas, sino aludiendo a un profundo cambio cultural que afecta a todas las dinámicas entre las personas.
La segunda luz roja que observo con creciente frecuencia en el trabajo diario en la consulta con familias, es el cambio en sus prioridades, en las relaciones entre los padres y los hijos y entre los cónyuges. Es evidente que hay una búsqueda cada vez más marcada de que sean otros los que solucionen los problemas de la familia: padres que llevan a su hijo a urgencias del hospital porque se ven incapaces de que se tome la medicina y pretenden que sea el médico de guardia quien se la de; padres que contestan e-mails o mensajes de whatsapp mientras están atendiendo a la consulta de su hijo; padres que piden que les escribamos la carta de los Reyes Magos de sus hijos, porque ellos no saben qué les conviene; hijos que imponen a sus padres aficiones, horarios, menús y caprichos bajo amenaza y cumplimiento de auténticas agresiones verbales y en ocasiones físicas.
La tercera luz roja es la puesta en marcha de políticas educativas y sociales neocomunistas enmascaradas bajo los términos de ideología de género y feminismo de género, impuestas en la sociedad bajo el esquema cultural del «pensamiento único»: Quienes no estamos de acuerdo con esas ideas no podemos formar parte de la sociedad que están pretendiendo crear y debemos ser condenados al ostracismo. Desde esta visión el estado tiene la potestad de educar a los niños ya que los padres no son profesionales y están por tanto incapacitados para ejercer la educación. Se les educará de acuerdo a los principios de esta ideología, aún cuando los padres no quisieran.
Es evidente que se está produciendo un profundo cambio cultural.
La característica fundamental de esta nueva cultura y que puede servir para denominarla es el individualismo.
El objetivo fundamental de los miembros de esta sociedad es la realización personal a través de la autosatisfacción.
YO soy el centro de mi vida. El objetivo fundamental de cada individuo debe ser su propia realización y todo lo demás (y todos los demás) puede(n) servir a este fin.
Desde esta perspectiva puede haber diferentes niveles de complejidad. Si tengo un nivel de inmadurez suficiente, me conformaré con tener alimento – que me idealmente proveerán mis padres – y un trabajo que me satisfaga y a su vez que cubra las aficiones que me plazcan y me acerquen a un sentimiento momentáneo de saciedad.
Si por el contrario tengo una organización mental más elaborada, puedo aspirar a tener satisfacciones más complejas, tales como el prestigio, el reconocimiento social – merecido o sencillamente mediático, vía facebook, instagram, etc. incluso aspirar a la satisfacción a través de la cultura o incluso del voluntariado.
Desde que en los años 60 y 70 se desarrolló el concepto de «sentirse realizado» y a las mujeres se les dijo que para lograrlo debían incorporarse al mundo laboral se nos ha inculcado que únicamente en ese ámbito podemos alcanzar la «realización personal». Es el trabajo, y no la familia, el que nos permite sentirnos realizados. Más aún, con frecuencia la familia es un obstáculo para la realización personal.
Así se entiende que el matrimonio como prioridad vital sea un absurdo. ¿Cómo voy a comprometerme para toda la vida?, yo estaré a tu lado mientras tú me sirvas para satisfacer mi desarrollo personal y, recíprocamente, ¿cómo te voy a pedir que te cases conmigo para siempre, si tengo plenamente asumido que no soy lo más importante en tu vida?
¿Y los hijos?, ya no son el fruto natural de una unión vital entre un hombre y una mujer, sino que son uno más de los elementos de satisfacción para mi desarrollo personal. Si tengo hijos será si me apetece y cuando me convenga: cuando mi carrera profesional esté encauzada y tenga las posibilidades de darles una red de atención que me permita continuar con el objetivo de sentirme realizado: guardería y colegio de 8:00 hasta las 17:00 y después, si hace falta, actividades extraescolares.
Los hijos ahora son considerados – de manera completamente irreal – un derecho individual. Nada ni nadie puede privarme de tener un hijo cuando quiera, sean cuales sean mis circunstancias: casado, soltero o con 61 años, y por tanto cualquier método es igualmente legítimo: adopción, fecundación in vitro o compra de un niño a través de la mal llamada «maternidad subrogada».
De igual manera se nos impone como un derecho el poder terminar con la vida del no nacido si «no es el momento adecuado a mis circunstancias».
En esta cultura individualista todos, TODOS – novios, cónyuge, padres, hijos, vecinos – somos únicamente medios potenciales para satisfacer al otro en su búsqueda de sentirse realizado.
Resulta completamente lógico en este entorno la aparición y el crecimiento de idealismos ecologistas, animalistas y veganos. El ser humano, por su capacidad de abstracción y raciocinio necesita ideales a los que mirar y con los que vivir, pero en una sociedad característicamente individualista y con una carga ideológica neocomunista tan fuerte, en la cual la persona es despreciada, se hace necesario buscar ideales en otros lares: el planeta y sus animalitos. En la búsqueda de la trascendencia – inevitable en el ser humano – carece de sentido seguir mirando a nuestros congéneres y menos aún a Dios, y se vuelve, como en las creencias de las culturas primitivas, a la tierra y al resto de sus habitantes.
Lógicamente una sociedad apoyada en estos principios tiene como perspectiva un crecimiento de la soledad hasta dimensiones pandémicas.
Cuando el ser humano, después de una vida cuyo objetivo haya sido primordialmente su realización personal a través de la autosatisfacción, se vea incapacitado para alcanzarla deberá recurrir casi inevitablemente a la eutanasia, de ahí la urgencia de algunos por aprobarla en nuestro país.
Los economistas insisten en que muy pronto no va a haber dinero para pagar las pensiones de los jubilados, y nos azuzan con el miedo a la pobreza en la vejez, pero estoy convencido de que ese es el menor de los problemas. Oía en la radio que en Japón, que tiene unas características demográficas similares a las nuestras, se venden ya más pañales para ancianos que para niños. La cuestión no está en si tendremos dinero para comprarlos, sino quién estará ahí para cambiarnos los pañales cuando seamos viejos.
Buscar la realización personal a través de la autosatisfacción es una visión castrante del ser humano.
El ser humano, como animal, es esencialmente social y como ser racional es inevitablemente espiritual.
Negar esas dos dimensiones, hacer al individuo el fin de sí mismo, es negar la posibilidad de alcanzar el potencial inherente a su código genético, a su esencia.
Yo no soy la persona más importante en mi vida. Mi realización personal está en lo que aporto a los demás, no a la sociedad, sino a personas concretas, mi cónyuge, mis padres, mis hijos, mis hermanos, mis amigos y, en mi caso, mis pacientes, aun cuando lo que aporte sean únicamente necesidades.
Hay quien dice que el momento que vivimos es el comienzo de la era del poscristianismo. Si contraponemos esta sociedad esencialmente individualista a la frase que D. José Pedro Manglano afirma que caracteriza(ba) a los (primeros) cristianos: «sabe decir sí a los hermanos quien sabe decir no a sí mismo», sin duda la cultura del poscristianismo ha llegado.
Muy interesante su artículo. Me ha llevado a la reflexión y a la profundización de algunos conceptos, como «neocomunismo», «postcristianismo».
Para recordar! Gracias.