Gente tóxica

Cierto día comía en un restaurante de la cadena Vips. Muchos de ellos tienen anexo otro restaurante que pertenece al mismo grupo, pero ofrece comida “italiana” – con perdón de los italianos – se llaman Ginnos. De esta forma la cadena aprovecha una sola cocina para dos locales.

A mi lado se sentó una joven de aproximadamente 16 años con una señora. Demasiado mayor como para ser su madre y demasiado joven como para ser su abuela, pensé. Motivo suficiente como para que mi insana curiosidad me mantuviera atento para descubrir la relación.

No pasó mucho tiempo antes de que la niña la llamara “mamá”. Ya está. Podía seguir en mis asuntos. Salvo que “mamá” llamaba la atención con sus formas un tanto desagradables en su trato con la camarera.

También me llegó alguna frase dirigida a su hija, tenía un estilo claramente impositivo. ¡Qué molesta!, pensé. La niña, mientras tanto era claramente sumisa. Buen tándem.

Al llegar a pedir el postre la señora insistió en pedir cierto helado que no aparecía en la carta. Insistió en que en el pasado había tomado ese postre en otro restaurante Vips. Ante la negativa de la camarera solicitó que vinera la persona encargada en ese momento. Como comprenderán el dichoso helado se había convertido ya en uno de “mis asuntos”.

Llegó la encargada que le atendió amablemente. Al parecer el postre que ella quería era del restaurante Ginnos, no de Vips. “Pues tráigamelo de Ginnos”, pidió ella en su tono que, tras varios minutos de conversación, más que una solicitud era una imposición.

La encargada le explicó que eso era de todo punto imposible, ya que a pesar de compartir cocina tenían absolutamente prohibido “traspasar” comida de uno a otro, pero que para satisfacerla le traería un magnífico helado, el mejor de la carta, y si no le gustaba “no se lo cobro”.

A los dos minutos regresó con el helado y dos cucharas. ¡El del restaurante de Ginnos!.

Yo no daba crédito a lo que veía. Pero ¿no había dicho que era “imposible”? ¿Acaso las formas que había utilizado la señora se merecía algo más que una mala contestación? Increíble.

Pero tras esta larga introducción llego al momento clave: cuando la encargada se alejó, la madre se acercó a su hija y le dijo:

“Yo ya sabía que el helado era de Ginnos, pero en esta vida hay que luchar por lo que quieres y si no lo consigues, que no sea porque no lo has intentado”.

Esta señora había mantenido toda una discusión de varios minutos con dos empleadas por algo que sabía ¡desde el principio! que no tenía razón, y encima le salió bien.

Reconozco que me hervía la sangre. Me permitió darme cuenta que esas personas que en el pasado me habían colocado a mí en la posición de las camareras probablemente lo habían hecho a sabiendas de que pedían lo que no debían, o a lo que no tenían derecho, pero aún así, lo exigían.

Me pasó por la cabeza todo el listado de personas que han pasado por mi vida – y alguna permanece – con ese carácter demandante, exigente, que se creen que tienen derecho a todo por el simple hecho de ser – en ocasiones de pagar – y que ignoran el deber que tienen de respeto hacia los demás.

Es un estilo de personas evidentemente indeseable. Son de esas que trasmiten una gran satisfacción por haberse conocido y que consideran tienes una enorme suerte por compartir un rato de tu vida con ellos.

No pierden la ocasión para retratarse con la famosa frase “usted no sabe con quién está hablando”.

Son sencillamente gente toxica, que lejos de aportar algo a quien tiene cerca les succionan la energía y los recursos emocionales, y no dudan en dar consejos sobre cómo debemos vivir y actuar los que no tenemos la suerte de ser ellos.

Su necesidad de protagonismo, de ser reconocidos como “especiales”, les conlleva a ser profundamente envidiosos y a sufrir con el éxito ajeno.

Son de los que piensan que hay quien “les debe un favor”, precisamente porque nunca han hecho ninguno – todo lo que hacen por los demás lo consideran una inversión que en el futuro les deberá aportar algún rédito.

Son mediocres revestidos de engreimiento que por desgracia y con frecuencia tienden a conseguir mucho más de lo que se merecen por sus propios méritos, salvo que consideremos la mentira y la manipulación virtudes dignas.

Lamento no poder dar unas claves de cómo defenderse de ellos. A pesar de haber sufrido las consecuencias emocionales, laborales y económicas de varios de ellos temo no haber aprendido.

Así que este post no tiene por objetivo ayudar a defenderse, sino más bien hacer algo de prevención y rogarle que luche por NO educar a sus hijos en ese estilo. Hágale entender a sus hijos que TODOS tenemos una serie de virtudes y de necesidades y que las suyas no son SIEMPRE más grandes que las del resto.

Enséñele a vivir atento a las virtudes y las necesidades de los demás, naturalmente sin ignorar las propias, y será más fácil que sea considerado una persona de esas que merece la pena estar a su lado.

Es posible que si educa así a sus hijos no alcancen tanto como hubieran conseguido con las malas artes de la gente tóxica pero conseguirán disfrutar tanto con los éxitos ajenos como con los propios – lo cual abre muchísimo las posibilidades de vivir alegre.

La joven que se sentó a mi lado en el Vips tenía un aspecto taciturno, se mostraba avergonzada de la conducta de su madre y, sin duda, recibía más consejos por hora de los que nadie debiera soportar.

Si se identifica con alguna de las descripciones que he hecho, lo lamento, quizás pueda aprovechar el momento para iniciar un cambio que le pueda ayudar disfrutar más de los demás, verá como enseguida disfruta también más de sí mismo.

Si, por el contrario, reconoce a alguien cercano como “gente tóxica”, envíele este post. Puede que a esa persona le llegue en el momento que más lo necesita. De lo contrario no se preocupe, no se enfadará con usted porque son incapaces de reconocerse como nocivos. Este post no van con ellos, y seguro que tiene algún consejo que darme sobre como mejorar mi estilo o cómo hacer este blog llegue a más gente.

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