El octavo mandamiento

El octavo mandamiento, en Éxodo, 20, 16 es “No darás falso testimonio contra tu prójimo”, a partir del cual se ha extendido hacia la prohibición genérica a mentir.

Es lógico, obviamente dar falso testimonio contra el prójimo le perjudica, pero al mentir lo hacemos, supuestamente, “en nuestro beneficio” aunque en realidad nos daña a nosotros mismos.

Puede parecer que es un mandamiento excesivo. Estará en el decálogo pero la mayor parte de la gente tiende a considerar que “mentir”, si es un pecado, es menor, venial por utilizar el término correcto. ¿Tiene sentido que esté a la misma altura “no matarás” y “no mentirás”?

Mentir es una de las acciones que más esclaviza al ser humano. ¿Exagero? Haga la prueba. Invéntese hoy una mentira, absurda, tonta, sin importancia, e intente mantenerla las próximas 24 horas. Verá lo difícil que le resulta y cómo debe crear nuevas mentiras para mantener la primera. Por eso tiene pleno sentido que mentir sea un pecado grave. Al hacerlo atentamos contra los demás, pero también contra nosotros mismos y sin duda contra nuestra libertad.

Hay quien piensa que mentir no puede ser pecado ya que es una conducta que, en mayor o en menor medida, todos hemos hecho. La mentira más frecuente probablemente sea decir “yo no miento nunca”. ¿Acaso no has dicho nunca “ya te llamaré”, sabiendo que no tienes la más mínima intención de hacerlo, o “estás estupenda” (aunque sea mirándote al espejo), o “no tengo nada suelto” cuando te piden dinero en un semáforo?

Mentir, aunque sea en cosas menores, mentimos todos. Afortunadamente no es excusa ni elimina el precepto.

Si la frecuencia de un delito fuera un motivo válido para dejar de considerarlo como tal tendríamos que acordar todos dejar de pagar impuestos un año y así ya deberían desaparecer ¿no?, o tendríamos que dejar de considerar la corrupción entre los políticos como un problema.

Mentir es el pecado concomitante al resto. La mayor parte de nosotros negaríamos públicamente, fuera del confesionario, haber cometido tal o cual pecado – haber robado, haberte deseado físicamente, haber sido infiel a nuestro cónyuge, haber matado o haber perjudicado a nuestros padres.

Comete cualquier otro pecado y verás que fácil es que cometas también una mentira. Más aún, a veces para poder cometer otro pecado es necesario recurrir primero a la mentira. ¿Cómo poder robar a un incauto sino es mintiéndole antes?, ¿cómo poder tener una relación sexual con alguien, sin el más mínimo interés por quién es, sin decirle que te sientes atraído por ella? En estos casos, el daño de los otros pecados es tan grande que la mentira de la que se partió queda diluida, como si careciera de importancia.

Mentir implica ocultar quién eres. Ocultárselo a los demás y, con frecuencia, pretender ocultártelo a ti mismo. Las personas que son “patológicamente mentirosas” muestran muchos problemas de auto aceptación y de autoestima.

Es cierto que hay ideologías que consideran que mentir no solo no es nada malo sino que se consideran lícito en su proselitismo, son ideologías esclavizadoras. Debemos recordar que el príncipe del mundo es también el príncipe de la mentira. Abrir la puerta a la mentira es darle poder sobre nosotros, quizás por ello mentir es uno de los pecados contra los que resulta más difícil luchar.

Cuando mentimos y somos pillados, solemos volver a hacerlo – así se crea ese rito esclavizante: decimos que era “una mentida piadosa”, o lo justificamos, como si hubiera motivos suficientes que excusaran nuestra conducta o sencillamente mantenemos la mentira a pesar de todo.

Una de las preocupaciones más frecuentes que oigo en consulta es la de los padres de hijos mentirosos. Niños que son capaces de mantener su mentira a pesar de tener todas las evidencias en su contra, o niños que establecen su relación con los demás en base a fantasías.

¿Por qué preocupa tanto a los padres que sus hijos mientan? Es sencillo, saben que sobre esa conducta no se pueden establecer relaciones estables ni enriquecedoras, ni con los demás, ni contigo mismo. Saben que si su hijo miente se hará mucho daño a sí mismo, y muy probablemente a personas cercanas a él. Será alguien que fácilmente será rechazado por los demás y por sí mismo.

Visto desde el punto de vista de padre, se entiende perfectamente que Dios quisiera incluir la prohibición de mentir en el decálogo. Sabe perfectamente el daño que nos hacemos al hacerlo y cómo nos impide llevar una vida plena.

No en vano Jesús lo dijo de manera absolutamente explícita, “conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Jn, 8, 32), por ello dado que la mentira esclaviza, mentir atenta gravísimamente contra nuestra naturaleza de hijos de Dios, ya que la libertad es una de sus principales características.

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2 respuestas a El octavo mandamiento

  1. Scout dijo:

    Después de leer tu post del jueves, me quedé pensando sobre el tema. ¿Tú crees que todos los mandamientos son igual de importantes? Yo nunca me lo había planteado así, pero, Nacho, yo no creo que se puedan colocar todos los mandamientos al mismo nivel… Es verdad que la mentira es un pecado importante en el sentido instrumental, quiero decir, en el sentido de que casi necesariamente está presente en la comisión de otros muchos muy graves. Y sé porque lo he vivido muy de cerca que hay gente que a veces se mete en espirales de mentiras absolutamente destructivas… llegando a construir todo su día a día en la mentira. Lo cual es triste, angustioso y difícil de cortar.
    Pero, de forma aislada, no creo que ninguno consideremos de igual gravedad mentir que matar a otra persona. Sé que dicho así parece un poco de broma, pero no es comparable un mentiroso compulsivo con un asesino en serie, por mucho daño que se haga a sí mismo el mentiroso. Vamos, que veo claramente que la mentira es mala, pero no es igual de mala que matar a otro. Como tampoco es igual de malo (aunque sea malo, y pecado, que entiendo que lo sea) desear a la mujer de otro que acostarse con ella. Sí, está claro: sólo con el deseo es pecado. Pero si mi marido viene y me dice «ayer cuando me crucé con la vecina del sexto pensé que…» no puede sentarme igual de mal que si viene y me dice «ayer me acosté con la vecina del sexto».
    No sé si me entiendes y no sé qué te parecerá… Pero yo no creo que podamos atribuirles a todos la misma importancia ni a su transgresión la misma gravedad.
    Bueno, eso es todo, perdona por el «rollo» 🙂

    • Querido Scout, muchas gracias por tus comentarios, siempre muy acertados. Tienes razón, no creo que debamos equiparar todos los mandamientos, como tú dices no es lo mismo mentir que matar, pero ojo, ¿quién los escribió? ¿Por qué puso esos, y no otros? ¿Quién se atreve a jerarquizarlos? Creo que tan peligroso es pensar que si mueres habiendo cometido falso testimonio sólo la Misericordia Divina te puede salvar del fuego eterno, como pensar que mentir es una cuestión banal y venial y carente de importancia. Creo que es fácil caer en el pensamiento uniformante que hoy pretende hacernos creer, como escribí en la introducción a los mandamientos, que sólo es pecado lo que aparece en el código penal. Por otro lado, como tú dices es un pecado marcadamente instrumental. Cuando estuve en Medjugorje me llamó mucho la atención que los testimonios de conversión que escuchamos en el hogar «El cenáculo» atestiguaban como la mentira se había apoderado de ellos. Entendí cómo es la herramienta más poderosa del príncipe de este mundo: «No haces mal a nadie», «¿Quién lo va a notar?», «Si te hace sentir bien, no puede ser malo». Creo que probablemente la codicia, la mentira y los pensamientos y deseos impuros están en el decálogo por el gran daño que provocan en el que los comete. No haces un daño hacia afuera, pero son de los que «pueden matar el alma» (Mateo 10, 28) y de ahí su enorme gravedad. Ojo, también el hecho de que sean percibidos como «pecados de menor importancia» agravan su peligro.

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