Cuando hablamos de maltrato, tanto en niños como en adultos, nos vienen a la mente dos calificativos: «físico» y «psicológico». Muy pocas veces pensamos en un tipo de maltrato del que sólo se habla en la infancia y que constituye una de las formas más frecuentes de abuso en esa etapa: la negligencia. Es decir, no atender a las necesidades físicas, médicas, afectivas, educativas y/o de enseñanza de un niño.
¿Y qué ocurre en el matrimonio? ¿Acaso no existe el maltrato por negligencia?. Lógicamente sería extraño, creo yo, hablar de negligencia física, médica, educativa o de enseñanza. ¿Pero acaso no se puede producir negligencia afectiva?. Temo que no solo se puede, sino que ocurre con insoportable frecuencia. Matrimonios donde uno, o los dos, han dejado de cuidar, de mimar, de explicitar que tú eres lo más maravilloso de mi vida. Que me entregué a ti para así tener sitio donde poder acogerte y cada día vuelvo a hacerlo, porqué si no ¿para que despertar?.
Los colegios, la compra, hacienda, el jefe, el IBI, la gasolina, los leotardos de las niñas, el proyecto, los clientes, facebook, el padel, y un interminable etcétera, van comiendo nuestro tiempo, nuestra mente y nuestra energía, y llegamos al final del día donde lo único que deseamos es meternos en la burbuja que crea a nuestro alrededor la televisión para vaciar por completo nuestra capacidad de respuesta a la más mínima demanda.
Y así, anestesiados, vamos pasando los días sin darnos cuenta de que hace meses que no sonreímos al cerrar los ojos y pensar en ella.
De repente, cómo en un destello, nos damos cuenta de que no paramos, de que todo lo que hacemos es hacer, hacer, hacer, ¡¿Y yo qué?!. ¡¿Yo dónde estoy?!. ¡¿Acaso no se da cuenta de todo lo que hago?!, ¡que todo lo hago por ellos!.
Y oímos la frase que tanto repetiremos a partir de ese momento: no aprecia lo que hago.
Esta es la queja más frecuente en el seno del matrimonio. No aprecia lo que hago.
Y lo cierto es que no haces nada especial. No eres ningún héroe por ponerte el traje, salir de casa e ir a ganar desde el pan hasta el i-pad. No eres ningún héroe por conseguir que nunca se te haya olvidado comprar el cola-cao para el desayuno. Los cónyuges no somos héroes, hacemos lo que nos toca. Y punto. Algunos ni eso.
Pero todos, absolutamente todos, necesitamos que se nos diga «gracias». «Gracias por hacer todo», «Gracias por bajar la tapa», «Gracias por poner el desayuno», «Gracias por que nunca les falta ni un calcetín a los niños y yo nunca me he preocupado de eso», «Gracias por tener los ojos más bonitos del mundo», «Gracias por arreglarte cada día para gustarme». «Gracias por estar a mi lado».
Si usted siente que en su casa «no aprecian lo que hago», mucho cuidado. Es muy posible que tenga mucha razón. Aún más: es posible que tenga TODA la razón. Pero también puede ser síntoma de que ha empezado a mirase más a sí mismo que a quien tiene al lado. O quizás está mirando con criterios distintos su forma de actuar y la de su cónyuge.
No salte con reproches. Haga con ella (o con él) lo que le gustaría que hiciera con usted. Fíjese en todo lo que hace, hasta en lo más nimio. Y agradézcaselo. Muchas veces, todos los días.
No quiero terminar sin dar un aviso. Existe un tipo de persona, afortunadamente poco frecuente pero existe, que es incapaz de sentirse satisfecha con los demás. Hagan lo que hagan, nunca será suficiente o nunca será como ellos lo hubieran hecho o ya es tarde, o lo que sea, pero son incapaces de poder apreciar lo que hace el otro. Nunca dejan ganar.
Son personas MUY difíciles de tratar y mucho más de amar, aunque quien se enamora de ellas lo hacen hasta las cachas. Si su cónyuge es de este tipo de personas entréguele todo el amor que sea capaz y hágalo sin cansancio, será el amor más puro, ya que nunca podrá esperar nada a cambio. Debe encontrar en cada uno de sus actos de amor su propio premio, y por ello deberá hacer todos los que pueda.
Piense, por el contrario, que quizás es usted una de esas personas. De esos que jamás tiene una palabra de admiración, de agradecimiento, de sorpresa hacia el otro, y si la tiene siempre tiende a matizarla. Es posible que tenga motivos muy duros para ser así, que haya heridas muy profundas. Intente, en ese caso, mirar el amor que recibe como el bálsamo que le alivia, busque a su cónyuge y ocupe calladamente el espacio que le ha hecho en su ser, en silencio. No hable. Déjese querer. Poco a poco podrá aparecer el agradecimiento.
En cualquier caso, en todo caso. Mírale. Mírale todos los días y no dejes de preguntarte «¿le he dado lo que necesita?». No intentes dar todo lo que se merece. No es posible.
Verdad verdadera. En mi matrimonio estuvimos a punto de esa negligencia y nos dimos cuenta a tiempo y puedo pedir que fueron unos años maravillosos hasta que Dios se lo llevó. Por eso les digo a todos mis amigos que no se cansen nunca de decir a su pareja «te quiero», se dá por echo, pero es necesario escucharlo.
Muchísimas gracias Angelines por tu mensaje. Me ha gustado mucho. Nacho.
Ojalá esto lo leyeran muchos,pero no lo van a hacer..una lastima
Nacho, totalmente de acuerdo. César y yo siempre que podemos nos abrazamos y decimos cursiladas. Los niños se ríen y dicen «ya están otra vez»… Es importantísimo decirse «te quiero», varias veces al día si es posible. Besazos primo.
Gracias Sol por haberte hecho seguidora de este blog. Me encanta volver a estar conectados. ¡Qué razón tienes! ¡Qué importante es hacer ver a nuestros hijos lo mucho que nos queremos!. Un beso, Nacho.
Hola! El otro día mi marido y yo nos hacíamos arrumacos. De repente nos sorprende la voz de mi hijo de 6 años diciendo: «¿Os queréis mucho, verdad?». Fue un momento precioso, aunque he de reconocer que en mi relación no los hay con frecuencia… Por culpa mía? Por culpa suya? Qué más da!!! Ambos somos responsables! Ambos hemos de poner solución desde nuestro lugar como personas, desde el lugar que ocupamos como pareja del otro.
Me encantó la entrada, me hizo reflexionar.
Gracias Nacho!