Perdonen la banalidad. O quizás no sea banal. Quizás sea una cuestión de educación básica, y como la mayor parte de las cuestiones de educación básica, tienen pocas explicaciones que darse. Mentar la educación debería bastar.
Recientemente estuve en una tienda de telefonía móvil. Cualquier gestión en una de esas tiendas es más larga que un día sin pan. Entre la espera y la atención recibida tuve que aguantar durante más de una hora y media a una señorita masticando ostentosamente un chicle mientras se dirigía a mi y al resto de clientes. Me impactó su capacidad para trasladarlo de un lado a otro mientras hablaba, sin que se le cayera ni acabara pegado en el cristal de mis gafas.
Días antes tuve a unos padres en consulta recibiendo los resultados de la evaluación realizada a su hijo. Mientras el padre escuchaba atentamente mis explicaciones, hacía globos con su chicle.
Al comentar mi perplejidad por este hecho, alguien me dijo: “¡Qué poca educación!, ¡cómo se pueden hacer globos con el chicle mientras te hablan!”
¿Dónde está el problema, en hacer globitos o en masticar chicle mientras atendemos una conversación formal?.
Cada vez es más frecuente enfrentarse a un ser humano que habla mientras mastica chicle. Ostentosamente.
Un sacerdote me comentaba que en cierta ocasión, mientras celebraba una boda, tuvo que pedir al novio que dejara de masticar el chicle.
Resulta sencillamente desagradable. Punto.
Pero al parecer eso hoy ya no importa. “Si le molesta, no mire”.
Ahora resulta que el problema de mantener una conversación con alguien que mastica chicle, mostrando sus 32 piezas dentales a diestro y siniestro, está en quien se siente asqueado, que quizás es demasiado sensible. “Un finolis”, como decimos los castizos.
Lo siento, seré un “finolis”, un “carca”, un “pijo”, o lo que quieran, pero se está perdiendo la compostura, el respeto y la educación, a una velocidad de vértigo.
Hoy ya no nos extraña tener que sufrir a alguien hablando a gritos por su teléfono móvil mientras está sentado en un sitio público; que un hortera[1] se dirija a mi abuela, a mi madre o a mi mismo diciendo “¿Qué necesitaS?”; o tener que escuchar, mientras escribo esta pequeña reflexión sentado en mi butaca del AVE, a una “señora” sentada a varias filas de distancia, comentar a sus tres amigas treintañeras (y al vagón entero por añadidura), cómo por no llevar sujetador en verano se le han caído las tetas (sic) muy pronto, ya que (por lo que dice) las tiene muy grandes.
En fin, perdonen la banalidad, pero si no lo escribo exploto, como una pompa de chicle. Cada vez tengo más claro que la educación es como los gustos. Hay mucho escrito, lo malo es qué poca gente lee.