La idealización del padre

Hoy es el aniversario del fallecimiento de mi padre.

No importan los años, no importa la ausencia, el amor permanece. Es una de las lecciones que me enseñó con su muerte, desde su muerte.

Hace algunos años alguien me planteó la posibilidad de que aquello que mis hermanos y yo considerábamos que había sido mi padre, la relación que habíamos tenido, fuera en realidad la idealización de una persona; que nuestra idea de quién fue obedeciera más a una quimera fruto del deseo que a una persona de carne y hueso.

Desde entonces muchas veces me he planteado esa posibilidad. ¿Será que he deshumanizado a mi padre, atribuyéndole características que no le pertenecían, o aboliendo en mi mente defectos que le caracterizaban?

He repasado muchas veces mis recuerdos y, por ser el pequeño y haber sufrido su muerte cuando solo tenía dieciséis años, las historias y anécdotas que me han contado de él. He buscado, sobre todo, defectos u errores que le humanizaran, que lograran desmitificarle, sin conseguirlo.

Pero, ¿cómo hemos podido todos los hermanos hacernos una imagen idílica de alguien que era, quizá, vulgarmente humano?, ¿realmente estamos todos, los nueve, equivocados?

Puede que sí. Puede que mi padre fuera un hombre que no hizo nada que mereciera destacar. Hay varios episodios en su vida que le hicieron escapar de la mediocridad o de lo corriente en momentos muy puntuales en su vida. Y siempre estuvo a la altura. En una ocasión llegó al heroísmo, pero ya sabemos que eso en España, se olvida pronto.

Pero más allá de esos hechos puntuales, lo importante está en cómo se comportó y cómo se relacionó con aquellos que tenía cerca en su día a día. Si es cierto que hemos podido llegar a idealizarle ha sido gracias a que su conducta y su forma de tratar a todo el mundo fue, a ojos vista, impecable.

La relación entre mis padres siempre trasmitió diversión – se divertían muchísimo juntos -. Cuando mi padre estaba en casa (era piloto de Iberia) estaban siempre juntos. Siempre. Estaban felices juntos. Me cuesta recordar un momento en que, estando mi padre en casa no estuvieran juntos. No sé si se puede idealizar a un padre que prefiere hacer cualquier cosa antes de pasar tiempo con su esposa. O los que hacen todo lo posible por tener “su tiempo” – su golf, su padel, su mus, su fútbol, su lectura …

Por supuesto siempre hubo entre ellos el máximo respeto. Nunca les oímos discutir. De hecho, si nuestra madre no nos mintió y no usó la mentira para que idealizáramos su relación, en sus treinta y un años de matrimonio solo se enfadaron en una ocasión – por supuesto por algo nimio.

Me pregunto si los hijos que han visto gritarse a sus padres, agredirse verbal o físicamente, o ignorarse durante días … pueden idealizar a alguno de ellos.

Nunca le oímos decir nada despectivo ni nada negativo de mi madre. No cabría en su mente.

He conocido padres que no pierden la oportunidad de señalar los defectos (reales o no) de la madre a sus hijos, que no dudan en decir públicamente “¿eres tonta, o qué?”. Me resulta difícil que alguien que ha oído a su padre criticar a su madre, a veces de manera sistemática, pueda llegar a idealizarle.

Mi padre era característicamente servicial. Nunca dejó de hacer un favor a quien se lo pidiese. Y los demás lo sabían; si estaba en su mano, podían dar por seguro de que ese favor estaría cumplido.

Supongo que debe ser muy difícil idealizar a un padre que le cuesta hacer favores, o que, siendo incapaz de hacerlos, solo sabe emitir deudas: “fulanito me debe un favor”.

Mi padre era leal. Era profundamente leal. Yo diría que es la palabra que mejor le define (al menos en mi mente). Por supuesto fue leal – fiel – a mi madre.

Conozco a muchos hijos que adoran a sus padres y, a pesar de saber que han sido infieles a sus madres, nunca han dejado de quererles, pero supongo que no podrán idealizarles.

Mi padre era leal a sus valores. Siempre que fue necesario los defendió (entre los dieciséis y los diecinueve años lo hizo físicamente). No dudaba en discutir si alguien le cuestionaba algo de lo que él apreciaba y valoraba. Nunca dudó de la verdad y nunca dejó de defenderla.

No sé si hubiera podido idealizar a un padre que hubiera cambiado de valores o que no hubiera sido capaz de defenderlos.

Mi padre fue siempre leal a su empresa. Amaba y cuidaba a Iberia hasta los detalles más nimios. Recuerdo sus enfados si se enteraba que alguno de nosotros nos habíamos traído una manta del avión en alguno de nuestros viajes. ¡Eso no era nuestro, era de Iberia!

Quizá haya quién idealiza a un padre que se aprovecha todo lo que puede, de todo lo que tiene cerca, aunque no le pertenezca, aunque no le corresponda. Yo tengo la suerte de no tener que plantearme esa duda.

Mi padre nos transmitió la fe de manera muy sencilla, solo con su forma de vida, sin imposiciones, ni estridencias. Como recordaba una de mis hermanas. “Siempre le vimos comulgar cada domingo, sin falta. Eso es muy difícil”.

Supongo que será difícil idealizar a un padre que te ha intentado imponer sus valores o sus creencias con mano dura, o con imposiciones. Probablemente en ese caso el resultado sea justo el contrario al que deseaba el padre. A mí no me resulta difícil idealizar a alguien que siempre se mostró coherente.

Recuerdo que en una ocasión discutimos por una discrepancia en nuestros valores y nuestra forma de ver la vida. A pesar de que yo solo tenía catorce años fue una discusión formal, seria. Como cualquier discusión terminamos los dos sin ceder y nos mantuvimos en nuestras respectivas ideas. Él termino la discusión diciendo: “Nachete, no estoy nada de acuerdo contigo, pero me alegra mucho ver cómo has defendido tus ideas, y que has sabido mantenerte firme en tus creencias. Espero que siempre seas capaz de mantenerte así de fuerte”.

¿Idealizamos a mi padre? Quizás ¿Y qué?

Si lo hemos hecho sin duda es culpa suya. Nunca se comportó de forma que nos impidiera hacerlo.

Creo que muchos de los problemas de la juventud de hoy día es porque los padres – sus conductas y sus formas de tratar a los que tienen a su alrededor – impiden a sus hijos no ya llegar a idealizarles, sino ni siquiera considerarles como referente.

Conozco jóvenes que se hacen cortes por el cuerpo, jóvenes que buscan en la droga, en el sexo, en las series o en Instagram algo que no logran encontrar en sus padres. Las tasas de suicidio en jóvenes no hacen más que aumentar. Jóvenes (y no tan jóvenes) que están convencidos de que lo más importante en su vida son ellos mismos – su trabajo, su éxito, su … – Las crisis de identidad tan frecuentes hoy en día en los jóvenes …

Puede que hoy – por culpa de varios factores – sea más difícil que antes ser (un buen) padre – pero la realidad es que nunca ha sido fácil y siempre, en todas las épocas, en todas las culturas ha habido aquellos que se han sabido comportar de manera intachable y han logrado ser un referente para sus hijos, como otros que han perdido la oportunidad de convertirse en el marido y padre que su esposa e hijos merecían.

El mundo sería mucho mejor si todos los hijos tuvieran padres a los que fuera fácil idealizar.

No deseo que mis hijos lleguen a idealizarme, pero me aterra pensar que algo de mi conducta les pudiera impedir hacerlo.

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