El placer de enseñar

La semana pasada atendía a una niña con síndrome de Down. Edad: 5 años. Su profesora les había dado la siguiente tarea a sus padres: debe repasar el número 1 y la letra A (en mayúscula), entregándoles algunas fichas para cumplir el encargo.

Mi pregunta, al ver el material fue: “¿debe repasar el 1 y la A, o debe desarrollar el trazo vertical, horizontal y diagonal?”.

La cuestión no es baladí. Su profesora da por hecho que no puede ni debe enseñarle el número 2 y la letra B hasta que la niña en cuestión no domine el trazo del 1 y de la A.

Me parecía tan obvio que la dificultad de esta niña estaba en la capacidad de elaborar los trazos básicos, que no entendía cómo la profesora podía poner la atención en cuestiones tan concretas y a la vez tan abstractas como el número 1 y la letra A.

Pero el problema no es de la profesora, sino de la pobrísima formación que ha recibido. Le han adoctrinado para demandar información a sus alumnos, no a enseñarles.

Para poder escribir letras y números debes tener una capacidad básica de hacer trazos verticales, horizontales, diagonales y curvilíneos, al menos los 4 semicírculos básicos. Es evidente.

Pero eso “no es lo que toca”. Ya tiene cinco años, así que ya tiene que escribir.

Y lo anómalo, lo absurdo, lo insultante es que hasta que no trace el número 1 y la letra A, se considera absolutamente inadecuado enseñarle la letra B y el número 2.

¿Pero es que no se dan cuenta de que la capacidad para trazar números y letras depende de una serie de habilidades básicas, entre las que se encuentran habilidades visuales, vestibulares (de equilibrio), propioceptivas, manuales y de coordinación viso-motriz?.

Esta niña no ha desarrollado el nivel necesario de esas capacidades para poder trazar letras y números, ¡PERO PUEDE APRENDER TODAS LAS LETRAS Y TODOS LOS NÚMEROS AUNQUE NO PUEDA TRAZARLOS!.

Lo anómalo, lo absurdo y lo insultante es que el sistema educativo, en España, en México y en todo el mundo se basa NO en lo que el niño puede aprender, SINO en lo que el niño puede demostrar.

Y no me refiero al sistema educativo para niños con necesidades especiales, sino el sistema educativo para cualquier niño: ejemplo: las fichas, las MALDITAS FICHAS que invaden las aulas desde el año o los dos años.

Hoy en día es impensable enseñar algo a un niño sino es para que de su réplica, lo plasme en un papel o lo repita cual papagayo en esa misma sesión escolar.

Siempre demandando. ¡Siempre!.

En matemáticas: colorea el cuadrado.

En ciencias: colorea los animales terrestres.

En lengua: une las palabras sinónimas.

En religión: colorea esta escena del evangelio.

(Cuando mi hijo estaba en cuarto de primaria mantuve un curioso intercambio de pareceres con el sacerdote que le impartía la asignatura de religión porque nunca llevaba coloreada la escena correspondiente a la catequesis familiar. Ni que decir tiene que siguió sin colorearla. En lo que a cuestiones teológicas se refiere nunca pondría mi orgullo por encima de la enseñanza del sacerdote, en cuestiones pedagógicas no lo dudé).

El sistema educativo NO está diseñado para enseñar, tan solo para que el niño plasme, diga, exponga, demuestre lo que ha aprendido.

El pragmatismo llevado a la educación. Así nos va.

Recientemente me comentaba un profesor, al que le han reducido la jornada lectiva para que otro profesor pueda instruir en inglés – no sé para qué quieren aprender otra cosa, al parecer, con que los niños hablen inglés ya tienen la vida resuelta – que con media jornada no le da tiempo a enseñar todo lo que siempre ha enseñado, tan sólo le da tiempo a demandar, demandar, y demandar lo que las fichas y los “planes de estudio” imponen. Me decía: “Ya no disfruto enseñando, ya no puedo aportarles lo que necesitan. ¿Y los que tienen dificultades?, esos que se olviden, así me resulta imposible llegar a ellos. Pero no puedo contra el sistema. Que su ángel de la guarda y el Espíritu Santo les asista”.

Sus alumnos tienen cinco años.

Y qué ocurre si no puedes demostrar nada o muy poco como en el caso de niños con dificultades de aprendizaje: pues que NADIE te va a enseñar por encima de lo que demuestres, así que deben asumir que a sus dificultades se va a sumar un vacío educativo como un agujero negro de grande.

Después diremos que tiene retraso mental. ¡Toma claro!, a ver si nos creemos que a desarrollar su inteligencia limitando lo que les enseñamos a lo que puedan demostrar.

En las últimas semanas he visto la eficacia de enseñar a los niños por el mero placer de hacerlo. Se trataba de varios niños con diagnóstico de parálisis cerebral, ninguno de ellos podía hablar y mucho menos trazar nada con sus manos, así que propuse que diariamente se les enseñara un tema nuevo: la fotosíntesis, los animales vivíparos, los niños héroes de México o lo que la profesora pudiera considerar atractivo. Diez minutos leyéndoles y después una presentación de power point o un video sobre el tema.

Los niños disfrutaban como locos. Todos tenían más de 8 años, y hasta el momento nadie les había enseñado NADA. (Como mucho hasta el 5 y quizás el abecedario, en resumen: NADA).

¿Y para qué quiere un niño con parálisis cerebral saber algo sobre la fotosíntesis, o sobre los niños héroes?

Para nada. Me parece una inutilidad absoluta. Pero si los demás niños deben conocerlo, si a mis hijos les examinan de ello, – aunque también me parece una inutilidad – entonces TODOS tienen derecho a conocerlo.

Y ¿acaso me creo que con leerles un tema al día, van a aprendérselo?. No, en absoluto, pero NO SE TRATA DE QUE SE LO APRENDAN, SE TRATA DE QUE SE LO ENSEÑEN.

Enseñar por el placer de hacerlo.

Enseñen profesores, ¡enseñen!, lo que les apetezca, lo que más les guste, por el placer de enseñar: verán como sus alumnos aprenden.

Aprender algo que merece la pena es una experiencia orgásmica, pero si los profesores no pueden enseñar por el placer de hacerlo, y a todo lo que deben enseñar tienen que demandar inmediatamente la demostración de que lo han aprendido, ¿cómo van a tener los alumnos el placer de aprender?.

Y ¿de quién es la culpa?. De ustedes, queridos papás, de ustedes. No es ni de la maestra, ni del ministro o el consejero de educación (que sabe de niños y de enseñanza tanto como yo de física cuántica), es de ustedes, empeñados en que su hijo salga con seis años sabiendo leer y escribir y ¡por supuesto! en inglés.

A mi generación se nos enseñó que íbamos al colegio para llegar a ser hombres de provecho y las chicas para tener un nivel educativo suficientemente alto como para no depender de un hombre el resto de su vida.

Dicho y hecho. Los varones hemos llegado a ser hombres de provecho (para nosotros mismos, no para la sociedad ni para nuestras familias) y las mujeres no dependen de los hombres, y así, para todos, hombres y mujeres, los hijos han pasado a un plano secundario, muy por detrás del desarrollo profesional y el divorcio está a la orden del día.

Sigan demandando estupideces al sistema, y verán como el sistema se lo da, pero no esperen que sus hijos disfruten de un profesor que no puede enseñar por el mero placer de hacerlo.

Esta entrada fue publicada en Colegio, Educación, enseñanza y etiquetada , , . Guarda el enlace permanente.

Una respuesta a El placer de enseñar

  1. Elena dijo:

    Estoy completamente de acuerdo contigo. Lo realmente emocionante( con profunda emoción) de ser profesora es ver como los niños aprenden y disfrutar con ellos dándoles la posibilidad de hacerlo. Aprender para sí mismos, aprender por el placer de aprender, para llegar a ser personas autónomas y con criterios propios.
    Gracias Nacho. Una vez más.

Deja un comentario